mayo 5, 2022
Dios no para
En el templo pentecostalista Siembra el Pan Internacional, en el barrio porteño de Villa Lugano, se sigue luchando para mantener encendida la fe, en una época difícil no solo en términos sanitarios, sino también económicos, psicológicos y espirituales.
El Covid-19 ha alterado la vida espiritual de nuestro pueblo, porque la presencialidad, el estar con el cuerpo, es vital para el entusiasmo colectivo.

El templo también es un dispositivo de acción pastoral, cuya meta es la puesta en obra del mensaje del Señor. Una puesta en obra que abarca dos áreas de la vida del creyente que fueron afectadas por la pandemia: la privada y la comunitaria.  

En el ámbito privado, la acción pastoral invita a tener una vida de santidad mediante la oración, práctica que los hermanos y hermanas encuentran saludable, más aún en una época como ésta, de incertidumbre global. Una pastora explica qué es orar: “En mi caso, es hablar con Dios. Puedo estar en una parada de colectivo, incluso viajando, pero cierro los ojos y hago una oración por dentro, para pedirle fortaleza”.  

Las urgencias comunitarias han aumentado y requieren una respuesta firme, con la presencialidad solidaria fundamentada en la sabiduría de los Evangelios. “En la calle trabajamos un montonazo, llevando alimentos, abrigos. Los cabecillas somos mi esposa y yo”, comenta el pastor Juan.  

La pastora Melisa, además de su participación en el grupo de alabanza, lleva tres años trabajando con jóvenes, y califica su tarea como “una gran bendición”. Explica que últimamente se han arrimado muchos jóvenes del barrio que llevan consigo una carga de dolores y angustia, chicos con problemas de desvalorización y menosprecio. La pastora Adriana, por su parte, trabaja específicamente con mujeres, mientras que los pastores Adolfo y Cristina acompañan a matrimonios, sobre todo cuando aparecen problemas de adicciones.  

La asociación civil “El Faro es Vida” es otro dispositivo de acción comunitaria. Allí se alimentan unos 40 chicos, y en la parte más dura de la cuarentena se trabajó para repartir la mercadería entre los vecinos y que pudieran llevársela a sus casas. Es una tarea social “evangelística”, y eso implica impartir a los más chicos los principios cristianos, “principios básicos para ser buena persona, ayudar al prójimo, amar a los enemigos, poner la otra mejilla, pero también principios para no dejarse pisotear por nadie, para tener opinión, defender los ideales y las convicciones”. La presencialidad solidaria requiere un compromiso que sea capaz de sostenerse en el tiempo. 

“El Faro es Vida” surgió hace algunos años, de una charla durante una choripaneada. Con reticencia al principio, el pastor David y un equipo de pastores y hermanos iniciaron la aventura por los pibes de Fiorito. “Con Nancy nos metíamos por medio de los pasillos”, describe David con tintes cinematográficos. Daban un desayuno y una oración en la casa de alguna vecina, y no tenían más que una camioneta para salir a repartir las leches en una heladerita -rezando pa’ que no lloviera-. Desde entonces hasta hoy, que tienen la posibilidad de alquilar un espacio propio, el proyecto no estuvo exento de obstáculos: “Me di cuenta que no tenía preparación, ni yo ni el equipo; que está bueno orarle a Dios, pero también hay que prepararse, porque surgen distintas problemáticas y uno no sabe cómo accionar”. 

David se recibió de psicólogo social e hizo una diplomatura en niñez. Luego, simplifica todo con una frase: “Nos encariñamos. Nos empezó a gustar”. Ya no es solo un merendero. Hay apoyo escolar, clases de inglés, obras de teatro, los niños juegan a la pelota y realizan coreografías. Sin la presencialidad en comunión, sin este “aquí y ahora” irrepetible, no habría mensajes de sabiduría de Dios ni ocurrirían manifestaciones de la llenura. De la misma forma, el esfuerzo de sanación que albergan las acciones solidarias sería muy difícil de sostener. Como dijo una de las hermanas tras una manifestación tremenda del Espíritu Santo en pandemia: “Los cristianos van en contra de la corriente”.

Sin presencialidad no hay dispositivo pentecostalista. Incluso cuando las ceremonias pudieran producirse, la distancia interpersonal y el uso de tapabocas dificultan el vínculo colectivo durante la reunión. El pastor Juan observa que “la gente se enfrió muchísimo, porque no tenés el beso, el abrazo”. La pastora Melisa, líder entre los jóvenes del templo, describe las dificultades para volver a congregarse: “Cuesta mucho arrancar. De a poco empiezan a venir. Es lógico el miedo, fue mucho tiempo de estar encerrados. En la pandemia, nos llamaban por teléfono para que alguien les alcance un kilo de pan hasta la puerta de la casa. Es obvio que no iban a venir en esas condiciones, más allá que amamos a Dios y sabemos que él nos cuida y nos guarda”. 

Hay un estado anímico que iguala a las personas que, buscando a Dios, asisten al templo. El pastor principal lo expresa sin eufemismos: “No conozco a nadie que haya entrado por esta puerta diciendo ‘la vida me sonríe, me va bien con mis hijos, no tengo problemas económicos, ni de trabajo, ni de salud, pero igual quiero conocer al Dios que ustedes predican’. No es así como funciona. La persona que llega a este lugar tiene el alma quebrada y está arrastrándose espiritualmente”.

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