mayo 9, 2022
Hambre de Dios
En el templo pentecostalista Siembra el Pan Internacional, en el barrio porteño de Villa Lugano, se sigue luchando para mantener encendida la fe, en una época difícil no solo en términos sanitarios, sino también económicos, psicológicos y espirituales.
El Covid-19 ha alterado la vida espiritual de nuestro pueblo, porque la presencialidad, el estar con el cuerpo, es vital para el entusiasmo colectivo.

La guitarra eléctrica improvisa un solo a volumen bajo, lento y cadencioso, acompañando el mensaje. El teclado se incorpora a la ornamentación del momento y ambos instrumentos se conjugan hilando un colchón musical, seguidos detrás por el bajo y la batería. Los asistentes están con los ojos cerrados y el toque sobrenatural comienza a diseminarse en cada uno de los miembros de la Iglesia. El pastor, que ha comprendido la avidez anímica del rebaño del Señor, arenga al público referenciándolo en su propia experiencia personal:  

«¡Hermanos, yo les hablo con convencimiento! ¡Llénense del Espíritu Santo! ¡Pidan! ¡Busquen! ¡Llamen! ¡Ábranle su corazón al Espíritu Santo! ¡Vacíenlo de todo lo que está entorpeciendo la llenura del Espíritu Santo!». 

Estimulados por la atmósfera de llenura, algunos hermanos y hermanas se ponen de pie. Otros, deseosos de una adoración más activa, amagan con abandonar sus bancos. El pastor Nazareno, atento, los invita al frente:  

«Si algún hermano recibió la Palabra, si algún hermano esta noche quiere ser lleno, mire hermano, olvídese de lo que tiene al costado, olvídese de todo. Si algún hermano quiere venir conmigo al altar, ¡siéntase libre! ¡Venga a adorar a Dios! ¡No se pierda este momento!». 

Quienes permanecen sentados no deben preocuparse porque también participan del derramamiento del Espíritu Santo. Nazareno ya lo había explicado, en una reunión anterior: “La diferencia no la hace la postura. La diferencia está adentro”. De hecho, según la Biblia, el Día de Pentecostés, cuando descendió el Espíritu Santo, los apóstoles estaban sentados.  

La esposa del pastor Juan, emocionada, se acerca al púlpito sobre el final de la reunión, toma el micrófono y con los ojos cerrados improvisa una alabanza a Dios. Su voz, casi una súplica al borde del llanto, refleja el estado anímico de todos. Clama por la intercesión del Espíritu Santo. Al pie del escenario se amuchan unas ocho o nueve personas. El pastor sigue arengando:  

«¡Vamos! ¡Alguien más que se quiera acercar esta noche! ¡Hay hermanos que ya están recibiendo la llenura acá adelante!». 

Abraza a los que están cerca. Otros se pusieron de rodillas y brillan por sí mismos, en actitud de devoción. La atmósfera lograda puede explicarse, acaso, por el grado de cohesión que existe entre los miembros de la Iglesia. La mayoría son matrimonios o parejas de todas las edades, acompañados por sus hijos. El templo es una gran familia formada por varias familias. Que este culto es un dispositivo lo reconoce el mismo Nazareno, referente de la Iglesia: “Es una maquinaria que funciona y uno es el maquinista, pero el dueño de la máquina es Dios”. 

El pastor opera, con la colaboración de los hermanos y hermanas congregados, la maquinaria de Dios, algunos de cuyos componentes son: los versículos de la Biblia leídos; las canciones interpretadas; las invitaciones a participar, estimulando a los asistentes que no se atreven; las arengas intercaladas; la disposición de los objetos en el recinto; los aplausos y las Aleluyas; el “Gloria a Dios” que grita alguien desde el público; las oraciones por los enfermos; el sermón del pastor; el diezmo; la prosperidad y las columnas financieras que sostienen a la institución.

El “aquí y ahora” irrepetible de la presencialidad en comunión, en el templo o en el barrio, tuvo que ser adaptado a la virtualidad para buscar refugio de la pandemia. La mediación tecnológica no era un problema para el pastor Nazareno, que tenía experiencia en programas de radio y televisión, pero, a los fines del culto en comunión, la distorsión del “aquí y ahora” fue difícil y desconcertante. Ya se había echado a correr el rumor de la Iglesia Cibernética del futuro, y el pastor aprovechaba uno de sus sermones para sentar posición: “¿Se imaginan qué frío sería todo? ¿Qué triste sería todo?”. 

Uno de los pastores descubrió a Dios en el pabellón de cristianos de la cárcel de Olmos, donde había sido alojado luego de que otros internos intentaran asesinarlo. Hoy tiene 6 hijos y es camillero, un trabajo que le ha permitido impartir paz a personas que atraviesan situaciones críticas. Pero hay historias diferentes, de personas que llegan al templo buscando un camino introspectivo, tratando quizás de desentrañar algún misterio de la infancia. La hermana Lisandra recuerda el extraño nacimiento de su fe: “Yo vivía en una casa humilde, con mi abuela, y ella tenía un altar, prácticamente encima de mi cama. Era católica y tenía santos de la muerte, un montón de cosas”. Junto al altar de su abuela, un cuadro contenía una leyenda enigmática que se le grabó en la memoria: “Yo soy el alfa y el omega, el principio y el fin. El que tuviere sed yo le daré gratuitamente de beber de la fuente de la vida eterna”. Lisandra asistió a varias iglesias católicas, pero encontró a su dios de la niñez en el templo “Siembra el Pan”. Encontró el toque ahí, y el toque, para ella, “es un sentimiento único, que no es de este mundo”. 

Nazareno expresa que hay personas que han comprado el discurso del menosprecio, que creen que no valen nada, y enfatiza: “He visto personas con hambre de Dios. Las miré a los ojos. Lo he sentido. Hermanos que me dicen ‘ayudame, porque de ésta no salgo’, ‘ayudame, porque tengo miedo’. Todos tenemos preguntas sin respuestas, que solo Dios las puede responder. A la persona con hambre de Dios le basta con una oración, la más pequeña del mundo, para llenarse de fe de que Dios va a obrar. ¿Por qué? Porque tiene hambre, porque lo está buscando de todo corazón”. 

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