Eso nos dijo Rocambole, refiriéndose al emblemático segundo disco de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, disco que no solo pondría a la banda bajo los reflectores de una juventud que se andaba sacudiendo el polvo de la dictadura, sino también a este dibujante, cuya obra trascendería de formas insospechadas.
Es que Los Redondos, como tantas otras bandas, no fueron nada más que cinco músicos trepándose a escenarios frente a un público cada vez más convocante y difícil de pastorear. En todo caso, fue una banda ampliada, con la Negra Poli capitaneando el viaje y una tripulación de piel curtida y diente filoso, dispuesta a transformar su entorno con la garra del arte.
Le preguntamos de qué se libraría hoy, su célebre personaje prisionero, y él dice que, por mucho que suene reiterativo, las cárceles de este tiempo son la aceleración tecnológica, que margina el alma de las personas, y un capitalismo que se empeña en depredar la naturaleza de este mundo. “Oktubre es, por un lado, un homenaje a todas las revoluciones de la humanidad, pero también es la sociedad que nos aprisiona en rincones de poca luz”.
El dibujo del esclavo rompiendo sus propias cadenas es, evidentemente, ese homenaje que rindieron Los Redondos a las revoluciones de la historia. Pero, cuando dice esto de que Oktubre es la sociedad, Rocambole nos lleva a pensar en la ilustración que ocupó la tapa del disco: ahí se exhibe una manifestación exhausta, al mejor estilo Berni (Antonio, no Sergio). Pero, si observamos un momento los rostros que la componen, sabremos que están jugados y seguirán batallando, justamente porque no tienen nada que perder.
Rocambole tiene un nombre, aunque curiosamente ese nombre se haya desdibujado con el correr de la vida y el oficio. Ricardo Cohen, ese es su nombre, en más de una ocasión ya había respondido que, antes que artista, él se consideraba un dibujante. Seguramente le resulte una palabra más amigable y también más honesta, en tanto que lo conecta mejor con su oficio y con sus deseos. Decirse “artista” probablemente vuelve todo más impreciso, y eso hace que muchos, como Ricardo, elijan sentarse en otras butacas.
“Yo siempre me sentí más bien partícipe del arte popular, entendiendo que es para todo el mundo. No me interesa tanto el que permanece oculto en un museo o en una galería privada. Amigos docentes me han contado que esa imagen, la del esclavo, es el tatuaje más recurrente en las cárceles del país. No digo que esté bien ni que esté mal. Eso no lo sé. Pero esa persistencia es una de las cosas que se propone el arte popular”, explicó Rocambole, en exclusiva para nuestra revista.
Y dijo todavía más: “Creo que somos animales artísticos, por más que constantemente intenten transformarnos en robots productores de cosas. Creo que el arte es lo único que nos diferencia de un caracol”. Ricardo nos invita a reflexionar en términos que no están prisioneros de ningún sentido común, y su mirada nos conduce otra vez a La Revolución de las Viejas: estas compañeras que decían que, cada vez que se nos pregunta “quiénes somos”, la respuesta que tenemos en la punta de la lengua tiene que ver con nuestro ser productivo. Como si, en lugar de “¿quién sos?”, oyéramos indefectiblemente “¿de qué trabajás?”. Hagan la prueba: imagínense que alguien les acaba de hacer esa pregunta y hurguen dentro de ustedes, a ver si de casualidad encuentran una respuesta más prometedora.
Lo que decían Las Viejas es que no es azaroso que estemos chipeados y chipeadas de esa forma, sino que tiene que ver, lógicamente, con el tipo de sociedad que habitamos: una sociedad productivista, consumista y utilitarista, que tiende a descartar todo -personas y cosas- lo que no sea catalogado en esos términos. Y Rocambole nos deja de regalo una pregunta más: ¿qué lugar se supone que vendría a ocupar el arte, en este tipo de sociedad?
No es sencillo intentar describir el mundo que nos rodea sin caer en el calabozo de un sentido común imperante. El dibujante lo resolvió con lo que tiene a mano, como suele hacer: “Oktubre es la sociedad”, dijo, y de paso nos invitó a revalorizar esa pieza clave del acervo popular argentino. En una sociedad de caracoles, siempre está latente la chance de ser personas, de ser humanos. El arte ayuda a combatir esta vida en las sombras, y nos pone a imaginar otros mundos posibles.