diciembre 28, 2022
El espejo envejece
Vivimos insertos en lógicas políticas y sociales muy acartonadas para abordar las vejeces de su población, cada vez más amplias y diversas.
Empezó a tomar forma un nuevo movimiento, integrado por “las hijas de los pañuelos blancos y las madres de los pañuelos verdes”. ¿Qué quieren? Pensar políticas en términos de la felicidad de las personas, ser protagonistas de los procesos sociales y culturales del presente y transformar no solo la vejez, sino la vida en su conjunto.

Una mujer de 54 años maquillándose frente al espejo. Algo de todos los días, que hace rápido, casi mecánicamente. Cuenta, mientras tanto, que en 6 años más será oficialmente una vieja, porque ese es el umbral que tiene la sociedad para considerar que una persona ya comenzó la última etapa de su vida. La paradoja está a las claras y no hace falta siquiera que ella lo ponga en palabras: cuando uno ve a esa mujer en el espejo, no hay allí rastros de vejez. Lo único que refleja es la vitalidad de una persona que se maquilla con algo de prisa porque tiene muchas cosas que hacer.

El solo hecho de que existan umbrales etarios, en este caso el de los 60, para marcar el terreno vital de un ser humano, es un claro ejemplo de “edadismo”, palabra que no tiene aún el rodaje suficiente para considerarla popular, al menos en nuestra sociedad. También se le dice viejismo. El significado es el mismo y seguro se lo están imaginando, aunque nunca hayan oído hablar sobre el asunto. Tiene que ver, efectivamente, con la discriminación que se produce por cuestiones de edad. Y lo cierto es que vivimos insertos en lógicas políticas y sociales que siguen mostrándose muy acartonadas para abordar las vejeces de su población, cada vez más amplias y diversas.

La protagonista del video es Gabriela Cerruti, hoy integrante del grupo chico que rodea al presidente, pero bien podría ser cualquier mujer argentina, y bien podría ser también un hombre de cualquier rincón del mundo, porque, si bien hay evidentes razones de género, no es una problemática que se delimite tampoco de esa manera. Algo que enfatiza la mujer frente al espejo es la necesidad de que la política comience a mostrar síntomas de imaginación para proponerle un mundo más amigable a todas las personas que, como ella, van transitando la vida adulta y pensando en lo que vendrá.

Es inaceptable que el Estado siga asumiendo como propia la perspectiva de las instituciones geriátricas, como si estuviéramos anclados en el Siglo XX. Hace 50 años probablemente la vejez fuera más uniforme, porque también lo era la sociedad en su conjunto. Pero, pretender que la realidad social no mutó, es no hacerse cargo de los desafíos y las responsabilidades de nuestro tiempo.

Poco después de publicado el video de Cerruti, comenzó a tomar forma un nuevo movimiento de mujeres, integrado, según su propio manifiesto, por las hijas de los pañuelos blancos y las madres de los pañuelos verdes. La Revolución de las Viejas, es el nombre de este colectivo que ya participó activamente del último Encuentro Nacional de Mujeres, en territorio puntano. ¿Qué quieren? Pensar políticas en términos de amor y felicidad, ser protagonistas de los procesos sociales y culturales que se dirimen en el presente y transformar no solo la vejez, sino la vida en su conjunto.

Charlando con Gabriela, decía el filósofo Darío Sztajnszrajber que el problema, en una sociedad productivista y adultocentrista como la actual, es precisamente que el resto de las etapas de la vida son juzgadas según valores que pertenecen a la adultez. El desafío, si queremos despegarnos de ahí, es encontrar claves y dinámicas que sean propias de cada una de las otras etapas vitales: “Imaginate la anomalía que implica hacer un elogio de la lentitud, del ir despacio, en un mundo cada vez más acelerado. Es un valor que pone claramente un palo en la rueda de los bastiones de la sociedad de hoy. Y eso es, tal vez, lo que más se le machaca a la vejez, porque se le pone una connotación negativa, se la vincula con la improductividad”. Acaba diciendo Darío que esa lentitud lejos está de una cuestión meramente física, sino que se vincula más con una decisión de cómo nos paramos frente al mundo.

Gabriela expresa que estamos, como sociedad, más habituados a hablar de la muerte que de la vejez. Suena lógico, porque, si bien la muerte puede tornarse un tema difícil, lo cierto es que ya no hay nada más que hacer. Con las vejeces, en cambio, está todo por hacerse: tanto a nivel estatal como a nivel privado; tanto con las vejeces activas y productivas como con aquellas que presentan otros márgenes de dependencia. Proponer felicidad al pueblo debe ser la obligación ética de la política, pero ser afectivamente responsables debiera ser un postulado moral de la sociedad para con sus integrantes, en cada momento de la vida y hasta el último suspiro.

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