noviembre 23, 2022
Esculpir el tiempo de ocio
Sería inútil hacer una lectura de nuestra realidad con el prisma de un siglo atrás. Sin embargo, ¿no hay algo ahí que nos resuena?
Combatir el malhumor circundante y los estímulos basura que nos espamean el cerebro, no es gratuito para nadie. Hay que pensar, hay que decidir, hay que plantar bandera como hizo Severino un siglo atrás. No hace falta que sean sus mismas ideas. Basta con sembrar algunos brotes de colores, en este mundo tan gris.

“No se puede pedir a un cuerpo cansado y consumido que se dedique al estudio, que sienta el encanto del arte: poesía, música, pintura, ni menos que tenga ojos para admirar las infinitas bellezas de la naturaleza. Un cuerpo exhausto, extenuado por el trabajo, agotado por el hambre y la tisis no apetece más que dormir y morir. Es una torpe ironía, una burla sangrienta, el afirmar que un hombre, después de ocho o más horas de un trabajo manual, tenga todavía en sí fuerzas para divertirse, para gozar en una forma elevada, espiritual”, escribía Severino Di Giovanni bajo el pseudónimo Briand. Una revista montevideana publicaría post mortem el texto completo del autor anarquista.

Exiliado en Buenos Aires tras el arribo de las tropas fascistas en Roma, gran parte de sus días en tierras rioplatenses se mantuvo prófugo de la ley. Por este motivo, llevaba con su familia una vida nómade. Hasta el último minuto sostuvo en alto sus banderas: “¡Viva la anarquía!”, gritó, instantes previos a ser fusilado, en las vísperas de cumplir los 30 años de edad.

Sería inútil pretender hacer una lectura de nuestra realidad con el prisma de un siglo atrás. Sin embargo, cuando repasamos el párrafo que nos permitimos transcribir, ¿no hay algo ahí que nos resuena? ¿No es acaso una descripción que sigue cabiéndole a nuestros cuerpos, como si el tiempo entre él y nosotros hubiera transcurrido en vano para los trabajadores y las trabajadoras de nuestro país y de todas partes?

Diez años después de publicado su artículo, doce de su fusilamiento, se empezaba a configurar en Argentina una expresión política cuyo principal sujeto era, precisamente, la clase trabajadora. Desde luego, lejos estaba el peronismo de contener en sus entrañas las banderas anarquistas o de saciar las ideas del abanico de izquierdas que participaba del terreno político. Lo que hubo, innegablemente, fue el amanecer de una manera de hacer política que, hasta ese momento, no había existido. Los trabajadores protagonizaban la historia en tiempo presente y los derechos se conquistaban a paso de cabalgata.

Di Giovanni se refería sobre todo al desgaste físico del trabajador, pero seguramente habría ampliado el espectro de su análisis, de haber vivido nuestros tiempos: habría encontrado el modo de referenciar el desgaste mental y la erosión moral que acarrea el hecho de pertenecer a una sociedad individualista como ésta, que brinda escasas oportunidades de desarrollarse en sociedad e invita al tironeo constante para adquirir míseras condiciones de vida. Y a esto se suman otras contaminaciones, propias de esta modernidad que habitamos, como son la visual y la comunicacional: tremendas sobrecargas de estímulos que, lejos de promover alguna clase de bienestar, incitan la enajenación y el mal vivir de las personas.

Joseph Pieper fue un filósofo cristiano que, entre muchas otras obras, escribió un libro titulado “El ocio y la vida intelectual”. En sus páginas, expuso las consecuencias de una sociedad que vincule su tiempo libre únicamente con la desidia o la holgazanería: él explicaba que el ocio es la oportunidad que tenemos las personas, no solo para desconectar, sino para cultivarnos, para interpretar la realidad con otras armas, para crecer y reflexionar. Describía ese tiempo del que disponemos como “el momento del auténtico ser”, contraponiéndolo al otro tiempo, el de trabajar, el que no nos pertenece.

Hay indicadores de nuestra realidad que muestran que el tiempo libre de los trabajadores y las trabajadoras se escurre entre tareas domésticas y changas que nos brinden un ingreso extra. El salario promedio se devaluó estrepitosamente durante la última década en nuestro país, empujándonos a hacer esfuerzos desmedidos solo para tener un poco de calma. Somos hijos e hijas del rigor y a veces cuesta percibir cómo nos degradamos, cómo nuestros días se destiñen y van perdiendo tonalidad.

Zafarse de la presión que imprime una ciudad como Buenos Aires y tratar de ganar y sostener algún piso de libertad y de entusiasmo, es un laburo en sí mismo, para la inmensa mayoría de las personas. Combatir el malhumor circundante y los estímulos basura que nos espamean el cerebro, no es gratuito para nadie. Hay que pensar, hay que decidir, hay que plantar bandera como hizo Severino un siglo atrás. No hace falta que sean sus mismas ideas. Basta con sembrar algunos brotes de colores, en este mundo tan gris.

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