Beth Harmon abandona de golpe sus pensamientos y se deja invadir entera por esa imagen que se le incrustó sin querer en la retina. Tres filas de mesitas de madera, prácticamente en soledad, y todos esos ajedrecistas ahí sentados, desafiando el frío de una plaza moscovita como si se les fuera la vida en eso, con los ojos puestos en el tablero. La joven, conmovida por el paisaje imprevisto, estaba tomando un descanso y había decidido dar un paseo, pero pronto estará ella también con los ojos puestos en el tablero, y enfrente tendrá a los mejores del mundo.
Listo, ya está, te tiré un spoilercito del último capítulo de Gambito de dama, como quien no quiere la cosa. No pasa nada, siempre supimos que la protagonista de esta bellísima mini-serie acabaría viajando a Rusia para disputarle el trono a los campeones soviéticos, en plena Guerra Fría. No más de 15 segundos, tendrá esa escena de la plaza, y es increíble cómo pueden decirse tantas cosas en casi nada de tiempo. Sería absurdo que yo intente transmitir acá algo que es propio de un lenguaje que se ve, no de uno que se lee. Pero digamos que en ese instante, cuando Harmon se para en seco ahí, con toda su perplejidad a cuestas, se dibujan los contornos del poder, la silueta de la vida transcurriendo, la complejidad que pueden tener casi todas las cosas.
Y ahí, en algunos pasajes de estos siete capítulos, pero principalmente ahí, en el último, aparece la tensión que se produce entre el poder y su contracara de lo popular. Pero bien, se supone que en este espacio yo debiera estar escribiendo sobre cuestiones de actualidad, y no una reseña de Netflix. Si el editor lee esto, me lo tira por la cabeza -mejor ni se lo muestro-. Lo que intento decir, es que hacer política implica estar todo el tiempo dispuesto a estrellarse contra esos dos mundos, que, de otra manera, si no fuera porque hay algunas personas participándolos a los dos, probablemente nunca se tocarían y apenas si sabrían uno del otro. Vimos por estos días una voluntad creciente del gobierno, para sentarse en la mesa más candente del poder. Imposible tratar de interpretar qué ocurre en un momento así. Lo que sí sabemos es que, con o sin tablero, el juego es muy similar. La carta de Cristina llegó en un momento crucial, cuando el dólar disparándose nos hacía sospechar que estaban ocurriendo algunas cosas detrás de bambalinas. Y, evidentemente, esa carta que jugó logró su cometido, que era bajar los decibeles y tender la mesa, para que se sienten en ella los que se tenían que sentar, antes de que fuera -otra vez- demasiado tarde. Supimos, luego, que el ministro Guzmán conversó durante un par de horas con un par de personas cuyos apellidos seguro conocemos. ¿Acaso significa esto que el gobierno está arriando las banderas? Claro que no. El error, en todo caso, es pensar que la política se trata de jugar una pulseada, cuando en realidad se parece más a una partida de ajedrez.
Voy a tirar un spoiler más, también inofensivo: en un momento, durante la batalla final, Borgov, el campeón ruso, propone tablas a Harmon. Vean ustedes mismos si la joven estadounidense acepta o no el convite. Lo que se pone en juego, en un instante así, es la estrategia política y la relación de fuerzas que expresa el tablero. Uno puede estar observando esa partida e intentar colarse en la cabeza de los contendientes, como toda esa gente que se amuchaba en la vereda del edificio, para saber de primera mano cómo se movían las piezas sobre el tablero y especular acerca de la jugada que vendría. Pero, no por mucho madrugar amanece más temprano, como dice Jack Nicholson en El Resplandor, y no por mucho que juguemos al ajedrez, diremos aquí, seremos ajedrecistas. Es raro, si lo pensamos, porque el juego es uno solo, y cuando uno mira el tablero desde arriba, no parece ser un laberinto inexpugnable. La respuesta, tal vez, es que miramos un tablero desprovisto de poder.
Las partidas de poder solamente las ven ellos. Nosotros, a lo sumo, somos esos viejos que están sentados a la intemperie, en la plaza de Moscú. Si lo pensás, es como el tango. Si lo pensás, es como todo. Sobre nuestros políticos, el asunto no es si se sientan o no se sientan a jugar esas partidas de poder. Lo importante, en todo caso, es que después salgan a dar una vuelta, como Beth Harmon, y que se detengan un momento a vernos jugar. Y si encima se tientan a quedarse un rato ahí, con nosotros, entonces sí, casi todo estará dicho.