mayo 25, 2022
La sombra del sol, la luz de la luna
Ahí estaba, el Bukowski de Lugano, esperando algún milagrito que le toque el portero de madrugada.
Morirse es un asunto personal y no tiene que ver estrictamente con atreverse a suicidarse o no: si una persona decidió que ya no quiere más lola, si se cansó de probar a ver si encaja en este rompecabezas y decidió zambullirse para siempre en la lava de la que había logrado rehuir durante tanto tiempo, esa persona está muerta.

Pity murió hace rato, aunque cada tanto nos parezca verlo por ahí, casi como un fantasma, y aunque ahora nos parezca que lo vamos a ver en un calabozo, producto de la última cagada que se mandó. Morirse es un asunto personal y no tiene que ver estrictamente con atreverse a suicidarse o no: si una persona decidió que ya no quiere más lola, si se cansó de probar a ver si encaja en este rompecabezas y decidió zambullirse para siempre en la lava de la que había logrado rehuir durante tanto tiempo, esa persona está muerta, por mucho que el colgajo que le queda de piel deba purgar las penas contraídas.

Lo que yo quiero rescatar es que Pity Álvarez tuvo, según mi manera de ver las cosas, un momento de inspiración artística que le duró algunos años y que se llamó Intoxicados. Había roto con Viejas Locas, la banda que lo llevó al estrellato intra-barrial de rock noventoso y que parió grandes temas como Homero y Lo artesanal. Y entonces formó la suya, la propia, y salió al ruedo con canciones que hablaban profundamente de él y que eran acompañadas por una propuesta musical superadora de lo que había hecho antes. El Pity estaba con ganas de dar vuelta la taba y coserle la boca al pozo negro para que nunca más se lo vuelva a tragar. Andaba iluminado y cantaba como la cigarra, diciendo que estaba saliendo el sol y que era sin dudas su dios: “Padre Sol nuestro que estás en los Cielos, guiame si no está bien la vida que llevo”. Un videoclip alegre y cien por ciento natural: una lluvia fuerte que se disipa y las ropas secándose en medio de la guitarreada. Un fogón de noche como epílogo de largas tristezas. El Pity sonriente con sus nuevos compañeros de ruta. Parecía verdad: por mucho que le costara, iba a salir a recibir la bendición.

— ¿Cuál es el problema más serio que tenés con la adicción?—, le preguntó Daniel Tognetti durante un reportaje televisivo que tuvo mucha repercusión en su momento.

— La pasta base. Es mi único problema en la vida.

— ¿Tu único problema en la vida?

— Sí, no tengo otro.

— Me dá tristeza escucharte decir eso.

— Sí, boludo, en serio, es lo que yo te digo. Por eso, cuando hablo de estas cosas, las hablo desde lo más bajo, de verdad, porque sé. A veces, jodiendo, digo que son “vacaciones terrenales”, porque no estás, desaparecés. Es una droga muy adictiva, y es tan rica que la odio. A muchos pibes les dije: “No prueben esto, aléjense de esto”, ¡paaa! Cayeron todos. No sé si decirle algo a la gente o quedarme callado y no avivar giles. No sé.

— No la podés pilotear, digamos.

— No conozco a nadie que la pilotee. Es una cagada.

— Sufrís. La pasás para el culo…

— Desaparecés. La verdad es que siento un poco de vergüenza por haber caído en una boludez tan grande. Ningún cancherismo ni creerme que soy el más pulenta de nada.

Cuando esa entrevista salió al aire, Intoxicados ya había grabado Fuego, una canción que empieza diciendo que esta vez es en serio, que no está mintiendo y que algo se prende fuego. El Pity alineado con la naturaleza dio paso a uno que está encerrado otra vez en su habitación y acorralado tal vez por los viejos demonios que volvían. Fue un tema muy celebrado en el ambiente del rock nacional: un ambiente copado pero medio boludo y medio careta, que se lava las manos cuando salta un quilombo pero que no es capaz de tirarle una soga a ese amigo que estuvo pidiendo socorro a gritos cada vez que podía, en entrevistas, en sus canciones, ¿hacía falta mucho más? “Dame un balde de agua, o de arena, o pasame el matafuegos, que el incendio está cerca y no voy a quemarme sin antes pelear”: eso dice el tema, que fue un éxito comercial y que todos, todos, conocemos. No hay que ser un filósofo destacado ni tener tatuajes de Intoxicados para deducir que estaba pidiendo ayuda. “Puede ser que otra vez no sea cierto, pero siento cómo el fuego me quema por dentro”, escribió el Bukowski de Lugano, sin entregarse del todo todavía, esperando un milagrito que le toque el portero de madrugada.

Pero la mano amiga no la encontró en el rock, ni en el barrio, ni en ninguna parte. En 2008, Intoxicados editó su último disco, y en el medio de esa maraña de temas apareció una balada que yo siempre leí como una carta de despedida del Pity, ya no de la banda sino de este planeta hosco que no lo pudo salvar. “Casi sin darme cuenta se me va pasando el día y la vida. Casi sin darme cuenta dejé que te fueras”, canta Cristian con su voz quebrada de siempre, que parecía haber encontrado ahí su razón de ser. Dice en esa carta, firmada con puño y letra, que en nombre del amor él podría seguir mintiendo, y que las cosas que fue haciendo, ahora le parecían un sueño. Pero dice más el poeta:

“No sé si estar a la sombra del sol, no sé si seguir la luz de la luna. Puede curarme la propia enfermedad o matarme la misma cura. Siento en el corazón a Dios, siento en los pulmones al diablo. Siento que tengo dos oídos para escuchar y dos pies, para ir tropezando”.

Un año después, la banda se disolvía y el cantante anunciaba la vuelta de Viejas Locas. Pity no se entregó a la Policía esta mañana. Pity se entregó al diablo que sentía en los pulmones hace cosa de diez años, cuando se cansó de tanto esperar un milagro que no llegó nunca, cuando armó las valijas con las pocas cosas que valían la pena, cuando dejó para siempre su búsqueda artística y juntó otra vez a Viejas Locas, que era lo mismo que decir que ya se había ido todo al carajo. Pity Álvarez nació en 1972 y se dejó morir en 2009, a los 37 años de edad. Todo lo que vino después, incluso el homicidio que se produjo esta semana, es producto de una sociedad que para mucha gente es una bosta, un callejón sin salida, un arma cargada que te ponen en la mano después de arruinarte el cerebro. Lo siento mucho por él, un flaco que cantaba rock y que escribió una de las frases más lindas que escuché en mi vida: “Casi sin darme cuenta dejé que te fueras”.

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