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febrero 25, 2023
Rituales de amor
La celebración de la vida que se va, la reflexión en la noche de hoy y la mirada puesta en el sol que arderá mañana.
Las raíces de algunos pueblos están bien hundidas en la tierra y entonces las cosas suceden más sin pensar, y entonces la marejada te va llevando casi sin que te des cuenta. Allí, uno no tiene que andar preocupándose tanto por armarse un ritual solitario: los rituales te llevan puesto y te hacen ser de otra manera. Una manera quizás más colectiva, sin dudas más amorosa.
Rituales de amor

En el vértice de la foto aparece de refilón el hocico de la perra. El mate y el estuche de los anteojos están más encuadrados sobre el suelo de la galería y alguna página desenfocada del libro de Forn que intentaba terminar. La imagen probablemente no tiene cielo, pero la claridad de ciertas mañanas no precisan esa clase de evidencias. Tiene que haber plantas, eso sí. No pude haber capturado una foto sin plantas desde ese rincón. Chequeo el celular: ahí están. En los confines de la galería, dándole la bienvenida al sol tibio de esas horas. 

Miro la perra y no consigo recordar de qué color está hecha. Los pocos colores que se me vienen a la cabeza no me bastan para describir con certeza algunas cosas. Alzo la vista, ya no estoy más ahí. Ahora estoy acá. Soy el habitante de mi cuadro, otra vez, como siempre. Si me paro en puntas de pie, puedo tocar el marco sobre mi cabeza. Si cierro los ojos, podría improvisar un identikit de todo lo que existe a mi alrededor. Soy esto. No preciso una foto que me congele acá. Quise traerme la tibieza de ese sol pero no tenía suficiente lugar en la mochila. Igual no hubiese sabido dónde ponerla así que está bien así.  

Fueron pocos días pero estuve atento porque había una noticia que podía llegar de un momento a otro. Me fui para allá con esa sensación amarga de que no iba a estar si los hechos se precipitaban. También me fui pensando en lo absurdo de algunos pensamientos que se me cruzan por la cabeza: como si a mi amigo le fuera a cambiar algo, que esté o no esté en el velorio de su madre. Pero no. No pasó. Volví de Salta y nada había cambiado todavía.

Bueno, mi perspectiva de las cosas cambió. No haberme podido traer colgado el solcito del valle o las tormentas que se me largaron allá, embelleciendo mis mates de la tarde: eso cambió. Ver a mi amiga apurándose a mover las macetas en la galería para que sus plantas recibieran la bendición de la lluvia de verano: que me explique mientras cambiaba todo de lugar que no es lo mismo para ellas un sorbo de agua cualquiera; que siempre es mejor lo que la lluvia tiene para darles.

En mi cuadrito ya casi no llueve. Recargo mi botella de agua y hago lo que puedo con las plantas en el patio de atrás de casa. Pienso en la vida, pienso en las familias, pienso en mi amigo. Ya sé, no me digan nada: es común que uno se vuelva más sensible de algunos viajes; es normal que ejerzamos un poco de resistencia para que no se diluyan tan pronto las cosas bellas que nos traemos de otros cuadritos, con toda su gente allí, con ese entorno tan envolvente. Hablaba con mi hermano: me decía que acá, en la ciudad, también está lleno de hombres y mujeres sensibles, intentando derramar en el mantel de los días un poco de amabilidad, torciéndole el brazo al individualismo al menos con pequeños gestos de grandeza, apostando a la sonrisa pasajera incluso si nos cruzamos con gente que no volveremos a ver nunca más.

Me decía también que él procura armarse sus propios rituales, yéndose a leer un rato, por ejemplo, a algún barcito de la calle Boedo. Para no perder la costumbre. Y en eso me iba a quedar pensando después. Los rituales, en esos otros lugares donde la vida es distinta, trascienden la mera voluntad de una persona. Las raíces de algunos pueblos están bien hundidas en la tierra y entonces las cosas suceden más sin pensar, y entonces la marejada te va llevando casi sin que te des cuenta. Allí, uno no tiene que andar preocupándose tanto por armarse un ritual solitario: los rituales te llevan puesto y te hacen ser de otra manera. Una manera quizás más colectiva, sin dudas más amorosa. ¿Será que sus raíces la riegan la lluvia? ¿Será que son cuadritos lluviosos, y no como el nuestro que cada vez se seca más?

Hoy se murió la mamá de mi amigo, después de mucho batallar. Le mando un mensajito, le pregunto cómo estás. Me responde que en paz y con un dolor ya conocido, profundo e insoportable. En un par de horas estaré acompañándolo en el velorio. Quizás sí cambie algo el hecho de estar o no estar. No cambiará el destino inapelable de nuestras vidas, pero cambian los pequeños gestos de humanidad, de amistad y de sensibilidad. Y cambia también el ritual, porque el ritual lo hacemos las personas que estamos ahí. Un encuentro de amor y de compasión en el corazón de Buenos Aires. La celebración de la vida que se va, la reflexión en la noche de hoy y la mirada puesta en el sol que arderá mañana, otra vez, con su latido lejano, con nuestra hidalguía intacta.

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