enero 24, 2023
Que todo el pueblo les lea la sentencia
Pero Fernando ya no está más por acá, porque hay personas que se creen con derecho a decidir quiénes siguen viviendo y quiénes no. Personas que demostraron sobradamente que no están capacitadas para desarrollar una vida en sociedad y que ahora, por criminales, están siendo sometidas a juicio para ver cuántas de sus próximas décadas tendrán que purgar en la cárcel.
En este tiempo que nos toca andar está en juego el valor de lo colectivo, y lo que se está juzgando en Dolores es lo más deleznable de lo colectivo.

Es injusto que debamos dejar atrás el modo campeón del mundo: no debiera ser un estado pasajero, sino un estilo de vida. Pero bueno, nuestros jugadores ya tienen puesta la camiseta de sus clubes y aparentemente nosotros también tendríamos que ir vistiéndonos con nuestras ropas. Hay que volver a sintonizar con la vida real, porque el año recién empieza, pero ya están pasando cosas importantes.

Mientras se escriben estas líneas, transcurre en la Ciudad de Dolores el juicio oral a los ocho imputados por el asesinato de Fernando Báez Sosa, consumado tres años atrás. En algunos días más, sabremos qué condena le cabió a este puñado de rugbiers. Por cierto, algunos andan militando las redes para desligar al deporte, diciendo que se trató simplemente de “un grupo de amigos”. ¿Saben qué pasa? La pelota ovalada, a esta altura del partido, ya se manchó demasiadas veces, y cuando son tantas las casualidades, hay que empezar a decir las cosas como son. 

Todos recordamos lo que pasó: altercado en un boliche de Villa Gesell; varios pibes que son retirados del lugar por los empleados de seguridad -hasta ahí, cosa de todas las noches-. Pero el asunto, lamentablemente, no quedó ahí: los rugbiers lo ficharon a Fernando en la calle, y parece que estaban con los ánimos alterados porque decidieron quitarle la vida de una paliza colectiva. Como pasa tantas veces, a Fernando lo conocimos muerto: supimos que se había anotado para empezar a estudiar Derecho, que era hijo único y súper cariñoso con sus padres y con su novia. Pero Fernando ya no está más por acá, porque hay personas que se creen con derecho a decidir quiénes siguen viviendo y quiénes no. Personas que demostraron sobradamente que no están capacitadas para desarrollar una vida en sociedad y que ahora, por criminales, están siendo sometidas a juicio para ver cuántas de sus próximas décadas tendrán que purgar en la cárcel.

En este tiempo que nos toca andar, está en juego el valor de lo colectivo, y lo que se está juzgando en Dolores es, entre otras cosas, lo más deleznable de lo colectivo. Lo que se está juzgando es el empleo de la corporalidad grupal para arrasar con lo más profundo de la individualidad, que es la vida de una persona. 

Vimos cómo salieron a la calle 5 millones de personas, en actitud de celebración, sin que eso decante en que tengamos que lamentar una pérdida. Lo más cerca que se estuvo ese día de que se produjera una desgracia fue por el accionar egoísta e irresponsable de dos tipos que decidieron arrojarse desde un puente, demostrando una notable incapacidad de participar de una fiesta popular. Así y todo, por muy reprochable y bochornoso que fuera lo que hicieron, eso no los convierte en criminales. Lo paradójico es que la misma sociedad que puede estar tranquila con millones de personas en las calles, deba sentir temor por ocho energúmenos que salen en patota al espacio público, dispuestos a imponer su ley a cualquier precio, incluso si eso significa matar a patadas a un muchacho que tuvo la inmensa desgracia de cruzarse en su camino. 

Lo que está pasando, este juicio que se está llevando a cabo, no solo no debe debilitar nuestro ser colectivo, este andar de a muchos por la vida que estábamos comenzando a practicar, sino que lo tiene que fortalecer todavía más. El pueblo entero, esta millonada de gente que hace poco tiempo se fundió en un abrazo callejero para gritar que éramos campeones del mundo, se llena de espanto y de frustración cada vez que lee de refilón algo relacionado con el asesinato de Fernando, o cada vez que enciende la tele y engancha alguno de los testimonios desgarradores que están circulando por la sala del Tribunal de Dolores, frente a los rostros impávidos de esos inválidos emocionales que en cuestion de días serán condenados y puestos tras las rejas.

Es otra oportunidad para reafirmar que el pueblo debe seguir estando unido, para lo bueno y para lo malo. Si algunos oportunistas quieren aprovechar la volada para tratar de maldecir el hecho hermoso de juntarse en banda y encarar la vida colectivamente, simplemente ignorémolos, porque ya ni siquiera vale la pena andar respondiendo cada gilada que se dice. Sepamos nomás que el pueblo es y el pueblo siente, y el pueblo sabe. Aprovechemos el envión de ser campeones del mundo y hagamos que sea algo más que una nube pasajera. No porque tengamos que ser mejores que nadie, sino por lo lindo que se siente andar por la calle con la sonrisa suelta, confiando en la gente que tenemos al lado aunque no la conozcamos y cuidándonos entre todos para que nada salga mal. Siempre es mejor que las cosas nos pasen colectivamente. Incluso esto. Incluso la condena de un grupo de rugbiers que se probó el traje de dios y se creyó que podía ir por la vida produciendo daño al prójimo sin sufrir las consecuencias. 

Digámosle colectivamente, lo tremendamente desorientados que están. Que todo el pueblo les lea la sentencia junto a los padres de Fernando y que todo el pueblo los meta en cana, con el mismo fervor que sentimos el día que salimos a festejar el mundial, con la misma convicción de querer vivir en paz.

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