Anteúltima entrega de este hermoso ciclo radial, el primer podcast producido por Cooperativa Rompecabezas, en un intento de aproximarnos a las infancias y adolescencias migrantes que habitan nuestra ciudad e intentar comprender sus trayectos de vida. Contamos con testimonios muy valiosos como el de Beatriz Alor y el de Chang Sung Kim: sus voces nos han ido orientando para interpretar las realidades, los sueños y las pesadillas que zurcen el día a día de estas familias que quizás llegaron con lo puesto, pero con la voluntad inquebrantable de comenzar una nueva vida aquí.
En los últimos episodios, habíamos empezado a abordar las formas de expresarse que tienen a mano los niños y también los jóvenes que cargan con ese peso de vincularse con sus pares, en un lugar que les es ajeno y con todo lo que implica ser aceptados en grupos que ya están formados con anterioridad a sus irrupciones. Para colmo, la manera de hablar de la mayoría de ellos no se condice con los usos del lenguaje que son propios del nuevo territorio. El acercamiento, entonces, se entorpece o directamente se anula, a menos que un grupo de adultos responsables trabaje para que los puentes sean más anchos que las grietas.
Nos decía Beatriz que más de una vez le pasó que algún interlocutor casual le dijera “no te entiendo”, a pesar de que ella habla la misma lengua que hablamos todos los demás aquí. El que su tonada sea distinta a otras, no impide -de más está decirlo- que cualquiera que converse con ella comprenda a la perfección cada una de sus palabras. Entonces, ¿cómo se explica ese “no te entiendo” que cierta gente le espetaba a Beatriz? Fácil: las personas que se dirigían a ella de esa manera lo hacían al único efecto de causarle daño, porque son racistas.
También le ha pasado que alguien se la quede mirando sin decirle nada, luego de ella haber hablado, como otro instrumento para lastimar.
En los episodios de hoy, Gabriel introduce una idea que él ha trabajado mucho, como investigador de las lenguas latinoamericanas no hegemónicas. Dirá que, así como a los ojos de la sociedad local existen migrantes de primera y de segunda, de la misma forma podemos afirmar que existen lenguas socialmente prestigiosas y otras que no lo son. Solo así se explica que las niñeces sean regañadas por utilizar palabras que no son las de nuestro uso corriente.
Se explaya Gabriel: “Es una condena objetiva: a los chicos se los corrige en la escuela, pero los padres también los corrigen en sus casas, porque perciben que el hecho de hablar en una variedad diferente de la porteña hegemónica el día de mañana les puede traer dificultades para conseguir trabajo”.
Beatriz ya nos contó algunas cosas sobre el proceso de sanación que ella pudo transitar y sobre cómo consiguió amigarse consigo misma y su condición de mujer migrante: “Hoy me digo que soy migrante, porque entiendo que soy una persona con derechos, que puede estar aquí sin sentir temor y sin tener que disfrazarme”. En ese proceso tan humano que fue haciendo sobre la marcha, hay algo muy vital, que es el hecho de empezar a ponerle palabras a las cosas que suceden.
“Hoy me digo”, nos dijo, y esas tres palabritas condensan un montón de emociones que seguramente habían estado guardadas bajo siete llaves, durante un tiempo que no fue feliz.
Pero, Gabriel nos dice más todavía. Ojo, advierte, que el lenguaje es mucho más que la mera emisión de las palabras: “La opción por el silencio, la extensión de cada intervención, la parquedad, los modos de vincularse con alguien socialmente superior: todo esto también es parte del lenguaje”. Con el profesor empezamos a sintonizar otras cosas, que en la vorágine de nuestra manera de vivir se nos suelen perder de vista. La pausa, los silencios, la escucha respetuosa, las miradas esquivas, incluso esas palabras que no son las más habituales, son otras formas de decir. Depende del interlocutor, ver qué pasa ahí y darle un lugar.