octubre 5, 2022
Reponer la imaginación
Hay muchos testimonios de jóvenes que batallaron con la idea del suicidio, y lo que se desprende de ahí es una sensación que oprime y los hace fantasear con la posibilidad de no seguir viviendo. Sienten una asfixia, anclada en el hecho de no poder escapar de la vida que se tiene.
Es urgente que construyamos nuevos sueños para todes, sueños que nos devuelvan esas ganas de llegar a la vejez.

En los últimos años fuimos testigos de cómo la salud mental se metió en el centro del debate y cómo aumentaron, de manera preocupante, las consultas por depresión y ansiedad, y particularmente entre las juventudes. Según un informe publicado en 2017 por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud, “La depresión es la principal causa de problemas de salud y discapacidad en todo el mundo (…) más de 300 millones de personas viven con depresión, totalizando un incremento superior al 18% entre 2005 y 2015. La falta de apoyo a las personas con trastornos mentales y el miedo al estigma impiden muchas veces el acceso a los tratamientos adecuados”.

Pero, tranquilos, que no estoy acá para hablar específicamente de salud mental -no soy una voz autorizada para hacerlo-. Me propongo mencionar algunos disparadores y tender el mantel para ver si nos damos algunos debates.

Hecha esta aclaración, sigamos adelante. Hay muchos testimonios de jóvenes que batallaron con la idea del suicidio, y lo que se desprende de ahí es una sensación que oprime y los hace fantasear con la posibilidad de no seguir viviendo. Sienten una asfixia, anclada en el hecho de no poder escapar de la vida que se tiene. Cada vez más jóvenes atraviesan esto. La pregunta es por qué.

Es una problemática social. Ya aprendimos que las violencias familiares, laborales o intraescolares -también el acoso virtual-, son asuntos de la sociedad, no del ámbito privado. Lo que paulatinamente se empieza a percibir, es que la incertidumbre, la desesperanza y la ausencia de un futuro posible -ni siquiera prometedor-, también es algo de todos y todas. Ojo, no lo digo yo, lo dicen los memes: nos reímos para no llorar, del cagazo que tenemos cada vez que pensamos en nuestro futuro.

¿Qué se le ofrece hoy a la juventud? Se fue corriendo la vara de los derechos básicos sujetos al “esfuerzo”. El verso de la meritocracia ya no lo compran ni siquiera los que creen personificarla. No muchas décadas atrás, se vinculaba la noción del éxito -palabra engañosa si las hay- con la obtención de un título universitario, la formación de una familia y el acceso a la casa propia. Hoy, un sector muy masivo de gente -incluso universitarios sin hijos- se ve a sí mismo cada vez más lejos de esos sueños de ser propietarios y de percibir el día de mañana una jubilación que nos permita transitar dignamente la vejez. Pagamos alquileres imposibles por monoambientes mal iluminados, con la ilusión de que algún día no sé qué.

(Por esta vez no voy a meter las patas en la palangana de las condiciones laborales y la zanahoria que nos quieren poner con esto de ser nuestros propios jefes y el mundo freelance “sin ataduras”).

Como si no fuera suficiente el susto que tenemos, se nos vino encima el calentamiento global y la sensación de que el planeta no será un espacio humanamente habitable cuando lleguemos a la vejez. Observamos perplejos las temperaturas récord en todas partes, los incendios, las inundaciones y las nuevas enfermedades que nos hacen sentir que vamos a llegar a los 50 años como protagonistas de una película post apocalíptica, en el mejor de los casos.

Hay que hablar de responsabilidades políticas. Es conocida esa frase de que en épocas de crisis se resuelven los conflictos, porque nos vemos obligados a usar la imaginación, pero parece que las ideas se van agotando y las frases conocidas tienen un tope. Nadie puede prometer un futuro digno a las juventudes. No saben ni por dónde empezar. La soga al cuello ajusta y no me refiero a las capacidades de un gobierno para abordar la crisis económica en el corto plazo. La soga que aprieta es la de las emociones a largo plazo, porque somos seres humanos y tenemos la necesidad de poder explorar para adelante. Hay que ponerse a laburar en términos de lo social y lo político, para poder quitarnos del cuello esa sensación de asfixia con la que vivimos.

Para empezar a combatir la gran depresión que nos atraviesa, tenemos que hablar de la ausencia de incentivos colectivos. No es la primera vez en la historia -ni será la última- que la situación económica no acompaña la caminata de las grandes mayorías y que los derechos ganados vuelven a estar en disputa. En diciembre de 2001, crisis feroz en Argentina, las juventudes encontraron en la movilización, no solo un espacio para alzar la voz, sino la posibilidad de reconstruir los sueños. La marea crecía y nos hacía sentir menos solos. Volvía a encenderse la esperanza de cambiarlo todo para conseguir, finalmente, una vida digna de ser vivida. 

Hoy parece que vivimos en el reinado del individualismo, y eso no solo es caldo de cultivo para los discursos de odio, si no que nos está rompiendo la cabeza, figurativa y literalmente. Este es el momento de volver a usar la imaginación para encontrar nuevas maneras de luchar. Maneras que nos permitan construir mejores vínculos, dejando de lado los sectarismos. Es urgente que construyamos nuevos sueños para todes, sueños que nos devuelvan esas ganas de llegar a la vejez.

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4 comentarios

  1. Muy buen llamado de atención!!!
    Difícil situación la de los jóvenes, que tmb son producto de socidades adultas que no supieron o no pudieron acompañar. Debemos sin pérdida de tiempo, abordar esta problemática.

  2. Todo conmovedor y mucho interpelando tiempos y espacios de los que hicimos de la militancia política y social, una forma de vida.

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