El trastorno bipolar es un cuadro que afecta alrededor del 3% de la población mundial (OMS, año 2015), y que contiene cuatro tipos diferentes: en el tipo 1, que es el más representativo, se alternan períodos de manía y períodos de depresión, en un proceso variable según cada caso; este tipo, la psiquiatría clásica lo llamaba “psicosis maníaco-depresiva”. Frecuentemente se confunde el padecimiento de un trastorno bipolar con la ciclotimia -cambios de humor-. La ciclotimia alterna estados de sentirse pletórico o triste, pero no reúne los criterios necesarios para considerarlos depresión o manía. Es importante establecer esta diferenciación, en primer lugar, para no subestimar un cuadro que puede derivar en situaciones de mayor gravedad, y luego para tener algunas precisiones a la hora de tratar con alguien que padece este trastorno.
Para graficar esta patología tomaré como referencia la película Loco por ella, de reciente aparición en Netflix: Adri conoce a Carla en un boliche y se sorprende por su euforia. El joven es seducido por la energía extraordinaria de la chica y su avidez para vivirlo todo en una sola noche. Lo atrapan reflexiones profundas sobre aprovechar el momento y hacerlo con total arrojo. Veremos más adelante que en realidad Carla se encontraba en el polo maníaco de su cuadro.
En los días subsiguientes, Adri vive un letargo y se propone volver a ver a Carla a toda costa. Ella se había dejado olvidada una campera y en uno de sus bolsillos él encuentra una receta de psicofármacos con la dirección de una Clínica Psiquiátrica. Se presenta diciendo que padece varias enfermedades y se interna para dar con Carla. Aclaremos aquí que la película es una comedia romántica, y que, desde una óptica médica y terapéutica, está llena de puntos flojos. La trama es mayoritariamente un compendio de superficialidades, inexactitudes y estigmatizaciones de los padecimientos mentales.
A pesar de lo dicho, promediando el film y habiéndose su protagonista ganado la confianza de Carla, ella le explica que padece de trastorno bipolar, y los sufrimientos que eso acarrea. Y acá se produce un corte abrupto de la trama, porque este tipo -con buenas intenciones- empieza a estimular a Carla -y luego a otras personas internadas allí con distintas patologías- diciéndole básicamente que sus problemas tenían que ver con una cuestión de voluntad. Suceden situaciones muy riesgosas: Carla, a caballo de estos consejos, abandona la medicación y no se mata de casualidad.
Cerca del final de la película, la directora del hospital le saca la ficha a Adri y se percata de que no tiene ningún padecimiento. Entonces lo para en seco y le baja línea: “La mayoría de la gente quiere ayudar a sus seres queridos y piensa que sabe hacerlo: el amor, las buenas intenciones y las motivaciones baratas. Los familiares los traen aquí y piensan que se curarán, pero no es tan fácil. Aquí les enseñamos a convivir con ellos mismos y eso lleva tiempo; les enseñamos a no fingir estar bien para que otros como vos lo estén. Lo difícil de tener una enfermedad mental, es que la gente quiere que te comportes como si no la tuvieras”.
Carla le explica a Adri de qué se trata su padecimiento. Medio de refilón, pero se lo explica. Le cuenta que intercala etapas de euforia con otras de depresión, y que cuando atraviesa los días depresivos no se soporta ni ella y llega al punto de quererse matar. Pero, más allá de la historia de los protagonistas, lo que me motivó a elegir esta película como disparador para hablar del tema fue la reflexión de la directora de la clínica.
En mi tarea diaria, en una sala de internación de salud mental, trabajo todo el tiempo con familias que, mayoritariamente, se brindan al máximo: lo primero que se ve, en estos casos, es el amor por los seres queridos que están pasando un momento difícil. El problema se desata cuando perciben que los esfuerzos no alcanzan e incluso que empeora el cuadro de la situación: ahí empieza a jugar una transmisión de la culpa que es contraproducente, y se torna urgente el trabajo de Psicoeducación con los pacientes y sus referentes.
La Psicoeducación es un modelo biopsicosocial, que proporciona herramientas teóricas y prácticas para la comprensión de la patología, sintomatología, tratamiento necesario, pautas de cuidado y de alarma. Muchas familias desesperan por información precisa para saber cómo colaborar con la situación. Urge acompañar al paciente y a su familia durante el diagnóstico y la evolución del cuadro, para fortalecer esa red de contención que será la que perdure, una vez que la etapa más aguda haya quedado atrás.