marzo 26, 2023
Delirio Santo
Para compadecer primero hay que comprender, y entonces podremos ser útiles en la medida de nuestras posibilidades.
Algo clave, en este tipo de trastornos, es la certeza que articula el delirio, conforme se prolonga en el tiempo. El delirio gana en resistencia, adopta cada vez más precisión y se muestra inconmovible, -no admite cuestionamientos y siente que cualquier planteo o discusión es una intromisión al Plan Divino-.

La psicosis es un campo muy amplio, y uno de los trastornos que alberga es el que conocemos con el nombre de “delirio místico”. Las personas que lo padecen, se sienten elegidas para cumplir una determinada misión que una deidad les ha encomendado. Como en toda psicosis, su contenido mental no tiene que ver con la verdad o falsedad de lo que se expresa, sino con otros elementos: la certeza de la persona, el daño que ocasiona -desadaptación social, angustia, ansiedad, preocupación-, la pérdida del juicio sobre la realidad, los delirios -ideas estructuradas sobre una base que es irreal-, las alucinaciones -percepción de algo que no existe-, y una desorganización de las funciones del yo -dificultades en el sentido de la realidad del mundo y de sí mismo, fallas en la elaboración de los pensamientos-.

Siguiendo las sugerencias de la extraordinaria Mariana Enríquez, llegué a la película Saint Maud (2019, Dir. Rose Glass), que describe magistralmente la construcción de un delirio místico. Últimamente se han presentado varias películas que vinculan terror y alteraciones de salud mental -Saint Maud, El Censor, The Vigil, etc-. No propongo hacer un análisis exhaustivo de la psicosis a través de una película, sino indagar en su sintomatología para pensar en conectar con el sufrimiento que le implica al padeciente. Para compadecer primero hay que comprender, y entonces podremos ser útiles en la medida de nuestras posibilidades.

Maud es una enfermera que llega al pueblo para procurar los cuidados paliativos a una reconocida bailarina que transita el final de su vida. Es una joven solitaria, que en sus plegarias le pide a Dios que le transmita el sentido de la existencia. Conforme se desarrolla el film, la vemos alucinar -ve y siente a Dios en todas partes- y padecer alteraciones senso-perceptivas: “Siento escalofríos cuando Él está contento con lo que hago”. La bailarina no le presta atención. Está conectada con la llegada de su muerte y el discurso religioso de Maud la complace.

La enfermera comienza a orientar su vida a través de su creencia y sus razonamientos se sustentan en las alucinaciones que tiene -percepciones alteradas de la realidad-. La película nos muestra cómo busca el sentido de su misión: “Muéstrame tu plan”, le pide reiteradas veces a Dios. Vemos desarrollarse su aislamiento -desadaptación social-, vemos crecer su ansiedad y su angustia; percibimos cómo la carcome la culpa cuando siente que le ha fallado a Dios, su necesidad de expiación -cuando siente que no ha sido lo suficientemente fuerte se flagela, quema sus manos, se arrodilla sobre maíz, pincha sus zapatos y se obliga a caminar así para saldar su falta de fidelidad-.

Finalmente, desbordada ante el pequeño altar que tiene en su hogar, lo oye a Dios pedirle un último sacrificio. Maud le suplica que le diga qué debe hacer, pero Él le responde que ella misma lo sabrá. Envuelta en su delirio, interpreta que su misión es salvar el alma de la bailarina: consigue ingresar en su casa -ya había sido despedida tras una agresión-, pero la bailarina contradice su delirio. Le dice que Dios no es real, Maud reacciona. La historia tiene un final a la altura del resto del film, con la protagonista conectando a pleno con su delirio místico y creyendo ser una santa.

Algo clave, en este tipo de trastornos, es la certeza que articula el delirio, conforme se prolonga en el tiempo. El delirio gana en resistencia, adopta cada vez más precisión y se muestra inconmovible, -no admite cuestionamientos y siente que cualquier planteo o discusión es una intromisión al Plan Divino-.

Hay que saber que los trastornos delirantes son tratables: la psiquiatría dispone de medicamentos que reducen las manifestaciones delirantes, alucinaciones, desbordes de ansiedad, etcétera; la psicoterapia dispone de herramientas para alivianar el sufrimiento del paciente; finalmente, el trabajo de psicoeducación para familias o acompañantes de la persona que padece este trastorno, también es una parte clave del proceso que debe darse, para pensar en su recuperación.

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