diciembre 21, 2022
Caravanas de amor
El triunfo nos hace advertir que no somos menos que nadie, y quizás era esa la calma que andábamos necesitando.
Esas dos multitudes tomando las calles y trepándose hasta las autopistas de la ciudad, es el mismo lienzo. Es la manifestación de que la vida está transcurriendo, y es el deseo de estar con otros para atravesar las turbulencias, porque seguro que todos intuimos que es mejor así. Risas y llanto, abrazos compartidos, la comedia y el drama de las máscaras del teatro.

Acordémonos de las palabras que le oímos decir a Bielsa, cuando le preguntaron por el Diego, par de días después de su repentina partida. Decía que la fantasía que produce el ídolo popular hace que un pueblo crea que, de lo que es capaz esa persona, todos somos capaces. Y prosiguió: “Por eso, la pérdida de ese ídolo golpea tanto a los más excluidos, a los más indefensos, porque son ellos quienes más necesitan creer que es posible triunfar en la vida”.

La caravana que se armó por las autopistas porteñas y bonaerenses detrás del féretro de Maradona fue una manifestación popular esplendorosa, repleta de amor y desbordante de un montón de sentimientos imposibles de contener. Eso no fue un cortejo fúnebre, porque, dicho así, parece que estamos hablando de una ceremonia solemne, casi burocrática. Lo que hubo esa tarde fue una verdadera caravana de amor, un despliegue asombroso de bocinas dolientes, motos escupiendo sangre por el caño de escape y agradecimientos eternos arrojados desde los puentes, envueltos en papel de llanto. 

¿Quién no se remontó ayer, como barrilete, hasta la despedida de nuestro otro héroe? Imposible que nuestros pensamientos no hicieran cortocircuito, al menos durante un instante, sin que eso signifique interrumpir la fiesta. En el fondo, estas invasiones extremas de felicidad y de tristeza, estos momentos tan fuertes y tan concretos en nuestra breve existencia, no son asuntos separados: se juntan, nos confunden, se amontonan, nos marean. Miren sino cómo los campeones del mundo, una vez consumada la hazaña, no logran enhebrar una frase entera sin quebrarse y mencionar a sus seres queridos que ya no están. Acordémonos, sino, de cómo celebrábamos la vida y obra de Maradona en medio del ahogo, por esa sensación tan honda de orfandad.

Esas dos multitudes tomando las calles y trepándose hasta las autopistas de la ciudad, es el mismo lienzo. Es la manifestación de que la vida está transcurriendo, y es el deseo de estar con otros para atravesar las turbulencias, porque seguro que todos intuimos que es mejor así. Risas y llanto, abrazos compartidos, la comedia y el drama de las máscaras del teatro.

Ayer le fuimos a dar amor al sucesor de Maradona, cuya inmortalidad ya nadie osaría cuestionar. La copa es la misma, símbolo poderoso que ata los tiempos y cose las grietas y cicatrices. Duele la pérdida del ídolo, pero golpea sobre todo al pueblo humilde, el que más necesita creer que se puede triunfar en la vida. Ayer empezamos a zurcir esa sensación de orfandad que nos había quedado impregnada en el alma, y reconfirmamos nuestro valor colectivo. El triunfo nos hace advertir que no somos menos que nadie, y quizás era esa la calma que andábamos necesitando. Hoy izamos nuestra bandera celeste y blanca sin rencor, mirándonos a los ojos entre nosotros como hacía mucho que no hacíamos. Hoy volvimos a creer que merecemos respeto, y la vida desde ahí se ve menos agobiante.

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