octubre 10, 2023
Nuestra fragilidad
El silencio, entonces, es muchas veces el único territorio que pueden habitar. Y eso debe respetarse.
La persona que ha migrado, nunca más dejará de ser migrante, no importa qué venga después: podrá permanecer el resto de su vida en la nueva tierra o retornar a su lugar de origen alguna vez. Sea como fuere, la condición de migrante no se borrará.

Beatriz dice una última cosa, tras toda esta larga conversación que hemos mantenido con ella: “No es que alguien migró y listo. La migración es parte nuestra, todo el tiempo estamos migrando”. 

La persona que ha migrado, nunca más dejará de ser migrante, no importa qué venga después: podrá permanecer el resto de su vida en la nueva tierra o retornar a su lugar de origen alguna vez. Sea como fuere, la condición de migrante no se borrará. Por eso, la trascendencia que le otorga Beatriz al hecho de poder sanar, reconectando con la identidad propia, aceptándose, reconociéndose. Es un trabajo que no debe tomarse aquel que integra un cuerpo mayoritario o hegemónico: un varón no conoce el significado de ser mujer; una persona que se dedica a las artes, o a las profesiones liberales, no conoce el significado de ser proletario; alguien que puede asumir libremente su orientación sexual no conoce, por mucho que lo intente, las profundidades de no poder expresarse.

Si lo pensamos bien, todos somos migrantes.

O no. Tal vez no sea justo ponerlo en esos términos. Migrante es la persona o la familia que migró. Lo que nos toca al resto, en todo caso, es encontrar los motivos que nos arrimen un poco más a esas maneras de ser y de sentir. Nadie es hegemónico cada minuto de sus vidas. La fragilidad es inherente a nuestra condición humana y está en cada uno la determinación de aceptarlo.

Beatriz reivindica los silencios, porque sabe que muchas veces son el refugio que encuentra el niño, o el adolescente, en su intento de no desplomarse. Hablábamos con ella de las niñeces y adolescencias migrantes, pero bien pudimos referir a las niñeces o adolescencias no hegemónicas, por el motivo que fuera: económico, social, cultural, racial, de identidad sexual, de discapacidad. Difícilmente el motor que genera esta lógica de fuertes y débiles sea uno solo. Lo más probable es que sean varios a la vez.

El silencio, entonces, es muchas veces el único territorio que pueden habitar. Y eso debe respetarse.

Sanar, para Beatriz, fue empezar a decir, pero no porque alguien la hubiera empujado a hacerlo, sino porque ella misma fue capaz de encontrar la salida de su laberinto: “Llegué a un espacio de pueblos indígenas en la facultad. Me senté, los escuchaba hablar, me dieron la palabra, lo poquito que dije fue tomado, fue valorado. En este lugar empecé a sentirme parte y a decirme, ‘sí, está bueno hablar”. 

Nadie se realiza en soledad, porque el contexto siempre es parte de lo que somos como personas. Pero hay algunas salidas que uno mismo debe encontrar, para que la vida sea verdaderamente transformada. “Hoy me digo”, nos dijo, y esas tres palabras condensan emociones que habían estado guardadas bajo siete llaves, durante un tiempo que no fue feliz para ella. 

En el episodio número 30, el último de esta caminata que nos propusimos hacer, Natalia Debandi y Gabriela Liguori reflexionan sobre las deudas que el Estado mantiene con las niñeces migrantes y con sus familias. Se insinuará que la deuda más grande es con las niñeces empobrecidas en general, cuyos derechos son permanentemente vulnerados y vapuleados. Se dirá, también, que es obligación del Estado argentino observar y reconocer las particularidades de esa población de niños, niñas y adolescentes migrantes, para luego poder implementar políticas públicas que los y las contengan. Sin un registro de esas humanidades, no hay acción posible. 

Esperamos que el trabajo hecho sea un granito de arena para divulgar testimonios valiosos como el de Chang y el de Beatriz, pero también el de Gabriela, el de Natalia y el de Gabriel. Cada uno desde su lugar contribuye para aplacar las injusticias cotidianas, sabiéndolas, observándolas, arrojando luz y palabra para que la discriminación no se escurra entre los dedos de una sociedad como la nuestra. Al revés, para que pueda ser absorbida, repensada, asumida y reparada.

Somos frágiles porque somos seres humanos. Tendernos la mano unos a otros, es una manera de ser más felices juntos.

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