Ya quedó un poco vieja, porque los acontecimientos político-electorales no dan tregua, pero miren si habrá sido encendida la diatriba de Martín Llaryora, aquel 23 de julio triunfal en la capital cordobesa, que sigue tomando las primeras planas de análisis y conversaciones variopintas, con las brasas de las PASO enfriándose sin prisa.
“¡Este es el grito de Córdoba! ¡Basta de que nos maltraten de afuera! ¡Hoy somos más cordobeses que nunca! ¡Basta de que nos vengan a decir qué hacer los pituquitos de Recoleta! ¡Las elecciones se ganan hablando con la gente, no paseándose por los medios de la Capital Federal!”. No necesariamente cada una de estas frases llevaba signos de exclamación, pero el discurso de aquella noche se sintió así, poderoso, firme, exclamativo.
Y también se sintió cansado, harto, saturado. La palabra “basta” recobra mucha vitalidad, como están las cosas hoy. Llegó el momento de empezar a elaborar pensamientos o discusiones en términos más humanos que políticos. No porque sean cosas distintas. Está claro que un sentimiento de hartazgo popular bien puede -y debe- ser leído en clave política. Pero, está pasando algo más. ¿No escuchan el despertador? Es hora de resetear tanto como podamos nuestra manera de ver el mundo.
“Que este ejemplo sea tomado por el interior de nuestra patria”, dijo envuelto en aplausos el próximo gobernador cordobés, y no es que sea Nostradamus, es que hay algo que está flotando en el aire, un murmullo recortado, el rumor de la crecida, el volcán que pronto va a estallar.
Las PASO han quedado atrás. Con el diario del lunes, Llaryora podría venir a gritarnos que el futuro ya llegó y que él tenía razón, porque el interior de nuestra patria ya está enarbolando esas ideas nuevas, que básicamente consisten en darle la espalda a cualquier anzuelo made in Buenos Aires. Es grande la confusión. Cuando la única certeza es el hartazgo, la impugnación, pero no hay camino alumbrado, entonces toca bancarse la oscuridad: oscuridad en las ideas, oscuridad en los días.
Podrán retrucar que sí hay un camino, porque hay una fuerza política marchando con los estandartes de la confusión y convocando desde ahí. Pero, lo cierto es que el horizonte de esta marea violeta que tomó en su puño las geografías del país tiene el aspecto de una demolición.
Tan letal es el veneno de esta década perdida, tantas fueron las defraudaciones apiladas y tantas son las bocas que debieran llamarse a silencio y no lo hacen, que la crecida se tornó inevitable. No hay dique de contención que aguante tanta malaria, tanto piberío con el corazón desparramado, tanta gente con la persiana baja en los ojos. Y está bien. ¿Hasta cuándo sino? ¿Cuánto más de degradarnos como personas? El tiempo corre, eh. Tic, tac, tic, tac. ¿Cuántos años tenés vos, que me estás leyendo? ¿Cuántos tenías, cuando vivíamos mejor? Ojo, con esta perversión de acomodarnos el alma a cualquier cosa. Es un juego peligroso. Después, banquémonos la peluca, digo la pelusa.
Está sonando el despertador: ¿lo escuchan o qué? ¿Yo lo estoy escuchando o me quedé sordo? Capaz que ya es hora de levantarnos, queridos. Se nos hizo larga la siesta.
Hay algo más del orden humano que tendría que empezar a acontecer: los que creemos tener la vaca atada, en este lugar llamado Buenos Aires, es hora de que cerremos el pico con mucha más frecuencia de lo que solemos hacerlo, y es hora de afilar el sentido de la escucha. En algún momento, hay que agachar la cabeza y recoger el guante, o acaso alguien se atreverá a negar que estas políticas que vienen fracasando sistemáticamente en nuestro país son políticas made in Buenos Aires.
En antropología, se usa mucho la palabra “alteridad”, que no es ni más ni menos que habitar el punto de vista del otro en el afán de comprenderlo. No desde una posición de superioridad, sino exactamente al revés: desde la paridad que nos otorga el hecho de ser humanos. Hay un país enorme históricamente resentido con nosotros, “los porteños”, y nosotros nunca fuimos capaces de sumergirnos en ese resentimiento para ver qué hay ahí. En lugar de eso, hacemos chistes, reforzando las imposturas. Eso sí, después nos indignamos si “el norte” -como si fuera una abstracción- nos quita el apoyo en las urnas. ¿Es tonta esta gente? ¡Cómo van a estar mejor que con un gobierno peronista!
El problema, justamente, es que el peronismo también se ha vuelto una abstracción.
Hay algo del orden humano que está brotando y es difícil de tapar. Se corrió el maquillaje de la careta que se construyó en nuestro país, y nadie sabe bien qué rostro se esconde detrás.