En el fulbito que jugamos cada lunes vienen pasándonos cosas raras. Durante muchos años no habíamos tenido prácticamente ningún inconveniente, pero no va que en un par de semanas los empezamos a tener todos a la vez. ¿Qué nos pasó?, es la primera pregunta que surge. Y la segunda, más importante todavía: ¿Y por qué esto habría de interesarle a alguien? Intentaré responderla, a lo largo de esta nota.
El último lunes volvieron a haber problemas y cuando terminó el partido yo les dije a los muchachos que todo muy lindo pero que no venía más. Para andar pasándola mal, me quedo en casa mirando Netflix. Comí algo, me pegué una ducha y seguía pensando lo mismo. No es que estuviera enojado por lo que había pasado. Es más que eso. Es la manera de ver las cosas que cada uno tiene. Ya era tarde pero igual nos empezamos a mandar un par de audios de WhatsApp con un compañero. Yo intentaba explicarle que, cuando pasa esto de que de pronto se apilan los problemas en un grupo de personas, tiendo a pensar que es mejor que eso se disuelva, en lugar de andar poniéndole tanta garra para ver de qué manera enderezar el barco.
Contextualicemos: les estoy hablando de un grupito de compañeros que nos juntamos a jugar a la pelota una vez por semana. Para algunos puede ser un espacio más importante que para otros, pero a nadie se le va la vida en esto. No estamos hablando de una familia que se rompe ni de que nadie va a quedarse sin el sustento de su trabajo.
El asunto, como les decía, es que yo estaba bastante dispuesto a correrme a un lado, y en todo caso dejar pasar un tiempito para ver si la cosa se volvía a ordenar. Y entonces me llega un audio de cuatro minutos de este compañero con el que veníamos hablando. Y en el audio empieza diciéndome que sí, que yo tengo razón en todo lo que le estaba planteando, pero que él tiene otra manera de verlo. Que lamentablemente vivimos en una sociedad muy competitiva, y que intenta darle batalla a eso en todos los espacios que ocupa, porque es así como lo siente. “En cada lugar donde impere el individualismo y la competitividad, ahí estaré yo para ver de qué manera se puede dar vuelta eso”: el mensaje de voz no había llegado ni a los 40 segundos y él ya me había dicho todas esas cosas.
Paralelamente, en el chat que compartimos con el resto de los compañeros, propuso juntarnos la semana que viene un rato antes de jugar, para conversar tranquilos sobre estos problemas que venimos teniendo. Lo primero que se me cruzó por la cabeza fue que cualquier cosa que fuésemos a charlar ahí, entraría por un oído y saldría por el otro, porque en definitiva se trata de cómo cada uno de nosotros vemos el mundo, y eso no se tuerce así nomás. Unos lo vemos de una manera, otros lo ven de otra, y ahí ancla mi realismo barra pesimismo. Pero, ¿qué pasa? Que después viene un compañero y me dice que ¡vamos!, que cómo me voy a bajar tan rápido de una cruzada que ni siquiera empezamos a dar. No me lo dijo con esas palabras, pero el mensaje me llegó así. Y si un compañero viene a proponerte algo tan noble, ¿vas a decirle que no? Hablaría muy mal de mí. Y entonces, por supuesto que le dije que sí: que el lunes que viene a las siete estoy ahí y que vamos a ver qué podemos hacer con esto.
Es difícil de pensar, cómo se dirimen estos asuntos colectivos: ¿Hasta dónde vale la pena darle vueltas, si la cosa no está funcionando? ¿Cuánta energía poner ahí? ¿Cualquier espacio que uno ocupa puede ser el campo de una batalla? ¿Hay batallas que están perdidas de antemano, o eso no se sabe hasta que uno no la libra? Mi compañero me está hablando sobre cosas que pasaron en la canchita, en ese audio de cuatro minutos que me mandó, pero antes de terminar retoma sobre lo que considera importante: “Es una cuestión ideológica, simbólica, llamale como vos quieras, pero la verdad es que tengo ganas de dar la batalla ahí también porque creo que es una buena oportunidad, para que hablemos de estas cosas”.
Mi postura es más sencilla, y más pedorra también: en cualquier grupo de pertenencia, trabajo para que vayamos quedando los que pateamos para el mismo lado, es decir, los que vemos las cosas de la misma manera. Los otros es mejor que de a poco se vayan tomando el palo, porque así el grupo se va a fortalecer y va a estar cada vez más afilado. Purgar, depurar, llamale como quieras. Y sí, es una pedorrada, porque ahí no habita ningún aprendizaje. Si todos se manejasen de esta forma, no habría nunca un grupito de compañeros de fútbol encontrándose un rato antes del partido para charlar tranquilos sobre los problemas que están teniendo. Si todos pensaran igual, el margen de transformación sería exiguo, porque esa persona que se fue de mi grupo va a tener el mismo comportamiento en el próximo grupo que integre.
No estoy teniendo una mirada militante. Apenas estoy queriendo encontrarme cómodo en los lugares que ocupo.
Y no es que la charla que tengamos el lunes que viene vaya a tener ribetes místicos, ni que la batalla contra el individualismo nos vaya a alumbrar colectivamente con su sapiencia. No me estaba queriendo decir eso, mi compañero. Lo único que me estaba queriendo decir es que hagamos el intento, porque no perdemos nada haciéndolo, y quién te dice -quién me dice- que después de eso no podamos tener una mejor convivencia, adentro y afuera del campo de juego.
Ojalá.
2 respuestas
Tal cual compañero, hay que buscar la diversidad, la transformación es aprendizaje, lo cambios se hacen desde adentro y con todos adentro.
Muy bueno, brindo por más varones, más personas, que intercambian sobre estos temas, más allá del resultado!