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julio 13, 2021
La caña y el pescado
En Argentina hay un montón de gente que se llena la boca criticando los subsidios, pero ninguno renuncia a los que tiene.
Tenemos una economía cuya crisis y volatilidad obliga al Estado a otorgar subsidios a altas capas de la población, y tenemos a los bancos, que reciben fondos del BCRA y van y los revientan en lebacs, leliqs o títulos semejantes.
Pescar en el charco

En esta nueva entrega #OtraEconomía, vamos a profundizar un debate que nos tiene en el Laberinto de Ariadna. Somos como Teseo andando esos pasillos en busca de un camino que nos resuelva un montón de problemas: redistribuir, crecer, garantizar pisos mínimos de dignidad, inyectar recursos sin disparar la inflación, controlar el dólar, no antagonizar campo e industria, promover el cambio tecnológico sin destruir puestos de trabajo, equiparar derechos entre el trabajo informal y el de la mal llamada «aristocracia obrera». Sobre estas cosas veníamos conversando, en la columna anterior:

“Está claro que más allá de caracterizar y debatir, algo hay que hacer. Mucho hay que hacer. Y de fondo. 40 años de oscilaciones, crisis y altísimas tasas de desocupación, informalidad lo piden a gritos. Es muy atendible la necesidad de incrementar la torta, porque el PBI argentino está anclado en 400 mil millones de dólares casi desde 1973. Es un dato”.

Hay una mirada glorificadora del self made man, o sea, el emprendedor argento versión Siglo XXI -de esos que hacen empanadas en Tailandia o dan clases de zumba en Canadá y gustan de contar sus peripecias al diario La Nación-. Es un paradigma que sataniza la imagen del Estado intervencionista, y como contracara un debate mucho más terrenal: créditos o subsidios; plan social o trabajo. Anverso y reverso de la misma moneda.

La política crediticia supone algunos ingredientes básicos: un acreedor, un deudor, plan de intereses, gente empilchada, producción, inversiones, desarrollo. Una política de subsidios, en cambio, se referencia como la acción de bancar, de hacer el aguante, asignando recursos fáciles y reproduciendo “pobreza y polenta”, según los Mileis vernáculos. Casi como un ejemplo de la disyuntiva planteada por este célebre proverbio chino que usamos para titular la nota: “Dar el pescado o enseñar a pescar”.

Partamos de la base de que tanto créditos como subsidios los hay para personas físicas y para empresas de capital o instituciones sin fines de lucro. Son instrumentos que muchas veces persiguen un fin común, por más que se los pretenda muy distintos. Digamos también que en Argentina hay un montón de gente que se llena la boca criticando los subsidios, pero ninguno renuncia a los que tiene; y por otro lado todos piden crédito y nadie parece encontrarlo. Observemos algunas cifras, a ver qué pasa:

En el marco de este PBI argentino que lleva décadas de estancamiento, el sistema financiero destina al sector privado unos 37 mil millones de dólares, es decir, alrededor de un 10%. Esta reciente nota-llanto publicada en Infobae, sobre lo poco que están ganando los bancos este año, termina revelando la preocupante relación crédito/PBI local, si la comparamos con otros países de la región: el 49% que se destina en Brasil, el 59 de Bolivia, el 45 de Paraguay y el 47 de Colombia, por citar modelos económicos de diversa orientación.

Si el argumento de las entidades bancarias es la reducción de sus tasas de ganancia por la crisis endémica de nuestro país, bueno, lo podemos discutir: hay estudios que demuestran que hacia julio de 2019, habiendo transcurrido cuatro añitos de la Era Macri, los bancos habían capitalizado algo así como U$S 21.000 millones. ¿Es mucho o poco? Buena pregunta. Tomando como referencia un salario en blanco del sector privado, la ganancia de los bancarios ascendió a los 617.117 salarios, bastante por encima del equivalente a 379.195 que embolsaban a principios del mismo período.

Ok, vamos reconstruyendo: tenemos una economía cuya crisis y volatilidad obliga al Estado a otorgar ayudas, subsidios y beneficios no reintegrables a altas capas de la población que están, literalmente, con el agua hasta el cuello. Con esto se busca que resistan, y si es posible que consuman. Y después tenemos a los bancos, que reciben fondos del BCRA -porque el principal cliente sigue siendo este Estado choriplanero que sus gerentes se empeñan en denigrar, en eventos inútiles, en salones caros- y van y reinvierten en lebacs, leliqs o títulos semejantes: cualquier cosa menos prestarle a alguien que quiere comprar un par de máquinas de coser, una flota de vehículos o bien importar insumos para desarrollar su actividad. Y esto, ¿qué resultado nos arroja? La aparición de otros instrumentos o proveedores no bancarios de crédito.

En abril, el Banco Central indicaba que arriba de seis millones de personas acumulaban una deuda de $200 mil millones frente a OPNFC (Otros proveedores No Financieros de Crédito): ahí están desde las cooperativas de crédito hasta una casa de electrodomésticos o los famosos CrediFácil o Efectivo Sí. Unos ofrecen tasas solidarias, pero otros te arrancan la cabeza, sin eufemismos. Si quisieran indagar en el crónico endeudamiento de los sectores populares, con recurrencia en esta clase de mecanismos, el actual presidente del INAES (Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social), Alexandre Roig, tiene un rato escribiendo sobre esta cuestión.

Pero el origen del problema es todavía más claro: la nuestra es una economía que se auto-percibe en formularios, cifras y libros contables, pero sin seres humanos detrás: ¿O acaso debiéramos suponer que, por muy bueno que sea un empleado bancario, si el formulario de riesgo crediticio de una persona o empresa no le cierra, igual se lo va a aprobar? Algunas agencias de investigación, como Nosis, explican que un análisis como ese considera datos personales, consumo, la actividad de los últimos años, deudas y hasta el celular que usás, y en base a todo eso elabora un ranking de 1 a 900 puntos. Y los bancos recién te prestan, con suerte, si superás los 500.

Ocurre que en economía hay algo que se llama “riesgo”: formidable excusa, casi siempre plagada de humo, que horroriza al sector económico concentrado que tiene a los bancos como punta de lanza. No hay que recibirse de experto en nada para afirmar que riesgoso es el sitio donde viven millones de compatriotas, que piden a los gritos esa ayuda que cantaba Federico Moura en la mejor época de Virus. Muchas organizaciones tienden -o están dispuestas a tender- esa mano solidaria que es imprescindible si de verdad queremos construirnos un horizonte de producción y de trabajo. ¿Dónde están? ¿Quiénes son? ¿Cómo laburan? ¿De qué manera podrían prosperar? A esta historia, amigos, le falta un capítulo más.

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