Cuando un perro quiere algo te libra una batalla larga y silenciosa, seguro de que triunfará. Acá en casa, ni bien nos mudamos, juramos y perjuramos que no lo dejaríamos siquiera poner las patas en el sillón. Para eso tiene su camita, caramba, que está exactamente al lado, pegadita al sillón. “Dale, no pasa nada”, pensaría mientras nos miraba, con esa cara que ponen los perros.
Habrán pasado un par de años. No sé cuánto exactamente ni cómo fueron las cosas. Él siempre se tiraba el lance, como se tiran el lance los perros. Aprovechan por lo general la sobremesa, porque saben que estamos medio flojos, y entonces vienen y te ponen las patitas encima, a ver qué pasa. Nosotros, firmes. ¡Qué no! ¡Qué no se va a subir al sillón! Nos decíamos, sin mirarlo, dándonos aliento e intentando saber de qué madera estábamos hechos. Él, nada: “Todo bien, ya entendí, de verdad”, tramaría su cabeza endiablada. En el fondo de sus pensamientos, sabía mejor que nadie que una batalla dura lo que dura, y que la tenacidad es el arma del buen guerrero.
Me parece que es imposible ganarle a tu perro, cuando se le mete algo en la cabeza. Podés intentar, capaz, que no se le metan ciertas cosas en la cabeza -es decir, educarlo-, pero si le erraste el viscachazo y el bicho se encajetó con algo, fuiste. Y no hay mucha explicación. La que se me ocurre, así, pensándolo un poquito, es que nosotros nos confundimos un montón de veces, creyendo que hemos vencido. Parecemos una cobertura de guerra de la Revista Gente. El perro, en cambio, sigue con sus cosas como si nada, y capaz que incluso hasta se olvida del asunto este. Pero no tengas dudas de que mañana, cuando menos te lo esperes, volverá a querer emperruzarte, poniéndote sus patitas en tus rodillas pero mirando para otro lado, en su afán de hacerte creer que en realidad no está pasando eso que está pasando. Para que pienses que no son suyas, esas patitas en tus rodillas. Qué sé yo, deben ser tácticas milenarias que vienen en los genes de estos bichos, y que nosotros, taaaaan inteligentes, no podemos detectar ni combatir.
No sé cómo habrá sido que pasó. Ponele que alguna vez lo dejé que se me suba a upa, pero sin tocar la pana celeste. Me habré creído un campeón, porque me salí con la mía, lo emperrucé yo a él. “Te subís, ¡pero acá nomás! Arriba mío. El sillón ni lo tocás”. Un nabo entre los nabos. El chabón se me quedó quietito en la falda esa vez, tranquilo como nunca, saboreando mi derrota, sabiendo que todo lo celeste le pertenecía y que el mundo también sería suyo, si se lo propusiera. Yo seguí mirando la tele, me imagino, con mi casi nula inteligencia y con un animal a upa que es capaz de cualquier cosa.
Tengo recuerdos borrosos. Juro que quiero recopilar los hechos para volcarlos acá, desnudándome frente a ustedes, pero no sé cómo pasó. Una vez, una noche cualquiera, nos dijimos con Rocío: “Bueno, hagamos algo. Le ponemos la mantita de un lado del sillón y que se suba en la mantita. ¡Pero nada más que en la mantita!”. Nuestra reputación de padres, intacta. Un can no podrá con nosotros, seguro que seguíamos pensando.
Bueno, ¿para qué seguir hurgando en los rincones de mi frágil memoria? Si, a esta altura de la charla, todos y todas saben, con precisión de cirujano, cómo siguieron las cosas por acá. Lo cierto, amigos, es que estoy haciendo tiempo, y que, mientras escribo esto, dos por tres aprieto las teclas alt/tab para pasarme de pestaña y chequear que no me haya entrado el mail que estoy esperando. Hace tres días lo llevé a mi perro al veterinario, porque le había salido un grano feo en la oreja y queríamos ver qué pasaba con eso. Y le tomaron una muestra. Y la mandaron al laboratorio. Y me dijeron que el viernes me iban a avisar si es bueno o malo, el cosito que le salió. Y hoy es viernes, y acá estoy, buscando maneras de que se me pase el tiempo, hasta tener en mi casilla el puto correo del laboratorio.
Pero no se preocupen, porque no pretendo generar con esto un suspenso innecesario ni hacer sufrir a nadie más que a mí. Si están leyendo estas líneas, es porque el mail me llegó, y porque el resultado del análisis fue el que estábamos esperando. De otra forma, esto que sigo escribiendo acá habrá sido un ejercicio para combatir los nervios y la ansiedad -que no es poca cosa-, y no más que eso.
Pero, como estoy seguro de que sí lo voy a publicar, y de que ustedes leerán esto antes de que se vaya el día, ya me puse a buscar entre mis carpetas una buena foto de mi perro. Una que les permita hacerse una idea de todo lo que les conté.
O no, perate, ya sé. Voy a aprovechar para sacarle una foto ahora, que “justo” está en el sillón. Me mira de reojo. Debe estar pensando: “Tranquilo, hermano, hiciste lo que pudiste. Pero una batalla dura lo que dura”.
2 respuestas
Querido sobrino…hermoso texto..mirando a Lola y recordando cuantas batallas nos ganó. Apretado abrazo.
Ellos siempre ganan!!!