En una de las últimas entrevistas que brindó, Alberto Fernández presumió haber ejercido su papel de presidente siguiendo los parámetros que, según él, mejor describen el quehacer político: es “la administración de la realidad”, dijo con convicción, como si se tratase de una verdad indestructible. A la luz de esa frase, podemos observar el estado crítico de nuestra vida cotidiana.
Siquiera es una definición que podamos endilgarle a Alberto como un fruto de su creatividad. Apenas es una apropiación del viejo postulado aristotélico, ese que refería a la política como “el arte de lo posible”. No es exagerado decir que es una definición vieja: fue pronunciada 6 siglos atrás, y al día de hoy sigue siendo tenida en cuenta y pretendidamente practicada.
Duele recordar la ilusión colectiva que se gestó en 2019. Prematuramente torcíamos el brazo del macrismo y sentíamos que volvíamos a tomar en nuestras manos las riendas del país, con un gobierno votado en las urnas por el campo nacional y acompañado por un pueblo laburante defraudado de una gestión de corte neoliberal, pero atolondrada y sin ideas. Asumía Alberto Fernández, de la mano de Cristina. Amanecía la espléndida oportunidad de hacer política para volver a poner a la Argentina de pie, como no hacía mucho tiempo lo había estado.
El problema, tarde lo sabríamos, era el significado profundo que Alberto otorga al hecho de ejercer la política. Una mirada demasiado timorata, para carnear una realidad indómita como la argentina; una actitud muy endeble, con tanto asador curtido revoloteando alrededor del fuego. ¿Sigue sin admitir, Alberto, que sus invitaciones al diálogo no fueron correspondidas? ¿Sigue sin percatarse que, lejos de haber predicado con el ejemplo, lo único que ocurrió en estos años fue que le tomaron el pelo?
Se le escapó la tortuga al presidente. No una, sino varias veces. Puede que no haya interpretado bien esa definición de la que se jacta: la política tiene una parte administrativa, está claro, pero también está claro que tiene otra parte, que es profundamente humana. La realidad de carne y hueso no se dirime con orden, sino con disputa, persuasión, carisma, carácter, inteligencia. No hay ningún espacio que quede vacante en cuestiones de política. No hay resquicio sin habitar.
Si un presidente se duerme en los laureles, alguien se pondrá al mando de la parrilla y tomará el toro por las astas. El asado se hace. Después habrá que ver cómo se reparte la carne más jugosa. Capaz que Alberto creyó que estaba en la línea de Mandela. El tema es que para ser Mandela hay que tener huevos. No es cosa de sonreír y de dar lecciones de buenos modales a los tiburones. Lo podés hacer, okey, pero después tenés que mostrar los dientes vos también, porque los tiburones no se convierten en cornalitos. Los tiburones son tiburones.
Nadie pide un Mayo Francés. No estamos a la vuelta de ningún paraíso y tampoco es cuestión de salir a grafitear la ciudad proponiendo mundos de ensueño. Pero hay que volver a tomar el toro por las astas, porque el horno no está para bollos. Dicen que Moreno ponía el fierro arriba del escritorio antes de sentarse a negociar. Acá no estamos hablando de eso. Pero sí de dejarse de joder, de ejercer la política con la seriedad que se merece, de proponer un horizonte claro y pelar la caja de herramientas para construirlo, poniendo contra las cuerdas a los que piensen en hambrear al pueblo con operetas y desestabilizaciones. Basta.
El peronismo es la fuerza política que conoce la raíz cultural e histórica de este país, y que sabe cómo gobernar para que las familias trabajadoras no tengan que andar penando por la vida sino que gocen de un umbral de alegría y dignidad.
Nadie pretende ningún Mayo Francés, porque acá no estamos en Francia. Pero va llegando la hora de volver a exigir un poco de 17 de Octubre. Un poco de política transformadora a favor de la gente, y de líderes que tengan el coraje de tomar la palita y el atizador, y de mostrarles los colmillos al tiburón. El tipo que se florea diciendo públicamente que la política es administrar la realidad, falló lastimosamente y parece estar esperando que llegue el flete para irse silbando bajito. El lastimado es este pueblo, que sigue acumulando defraudaciones y que no tiene ni la más remota idea de lo que se le puede venir en la próxima temporada. No tenemos ni el trailer.
Díganle a Alberto que su definición de política le vino como anillo al dedo a los que cortan el bacalao. Díganle que muchas gracias, por precarizar la vida de la gente común y por ser servil al deterioro del peronismo como herramienta popular. Tarde o temprano, este pueblo sufrido volverá a tomar el toro por las astas, y la carne más jugosa se servirá entre hermanos.