¿Qué pasa si dijera que acabo de descubrir una coincidencia entre el historiador Norberto Galasso y el cómico -a veces parlamentario nacional- Luis Juez? “¡Gran hallazgo!”, me respondería alguien. Casi como si estuviéramos conversando sobre una nueva cepa de este tedioso e interminable Covid-19. A ver qué opinan ustedes:
Refiriéndose a la configuración porteñocéntrica que consagró Bartolomé Mitre a mitad del Siglo XIX y luego consolidó la Generación del ‘80, Galasso hablaba de una “colonización cultural” que nos devoró hasta el lenguaje: eso explica que “me voy afuera” sea el término mayormente elegido por un porteño -o algunos bonaerenses- que está a punto de viajar al Interior. Un Interior que suena despectivo cuando se lo dice, pero que no es ni más ni menos que el corazón de nuestro país.
Tiempo atrás, el capocómico Luigi Juez había dicho que muchos provincianos y provincianas se sienten kelpers en su país. Una metáfora difícil: ¿lo habrá dicho por situarse a miles de kilómetros de Gran Bretaña, o porque no se identifican culturalmente con el territorio que en efecto habitan? Vaya uno a saber.
En la entrega anterior hablamos de un hecho concreto: el reclamo persistente que Horacio Rodríguez Larreta viene haciendo al Gobierno Nacional, a propósito del punto de la coparticipación federal que el año pasado le fue devuelto a la Provincia de Buenos Aires. El drama de nuestra fiscalidad: cuánto y quién recauda en el país, cómo se gasta, quiénes y de qué manera se endeudan. Sobre estos y otros asuntos, estuvimos charlando con Marcelo (56), operario textil patagónico; con Viviana (52), abogada mendocina; con Alejandro (65), pediatra y funcionario del área de Salud catamarqueño; y con Daniel (45), trabajador de estaciones de servicio cordobés.
Con números y una mirada económica, es poco lo que no puede explicarse, e incluso nos topamos a veces con situaciones que bien podríamos tildar de insólitas: aquí mismo hemos hablado del viaje de la lechuga hacia el Mercado Central de Buenos Aires, del falso flete y el regreso de los camiones vacíos, o bien del encarecimiento del combustible en la Patagonia, cuando las refinerías, los pozos de exploración y una buena parte de la estructura hidrocarburífera están instaladas allí. Urge revisar estos avatares argentos, pero parece que nunca es el momento oportuno. La realidad, mientras tanto, es que se siguen justificando los costos diferenciales de servicios públicos en el Interior, a fines de sostener subsidios y tarifas pisadas en el área donde vive la mayor cantidad de pobres y desocupados del país: el AMBA. Si preguntan a las autoridades, se lo explicarán como Homero:
Pero hay un universo simbólico, circunvalando la fría macroeconomía. Si hay un anti-porteñismo, ¿en qué cosas concretas se manifiesta? Desde Sampacho, pueblo al sudoeste de Córdoba, bordeando San Luis y con apenas 10.108 habitantes según el INDEC, nos confirma Daniel: “Pagar más caro las cosas acá, a fin de cuentas, mantiene el consumo de Buenos Aires”. Él cuenta que comentarios como “porteños de mierda” se escuchan recurrentemente, en la estación de servicio donde trabaja. No comparte ese anti-porteñismo exacerbado, pero defiende una vida como la de su pueblo, donde uno “puede dejar el coche abierto, la bicicleta en la vereda, y se vive sin miedo”. Lo que destaca, como contracara, es la diferencia que hay en términos estructurales. En todo lo ve: viviendas, hospitales, el estado de las rutas, etc.
Mismos #ContrastesArgentos que también pone de relieve Alejandro, desde Catamarca, ayudado por el viejo mantra: “Dios está en todos lados, pero atiende en Buenos Aires”. Eso sí, él mete el dedo en la llaga, cuando manifiesta que en ese odio irracional “se esconde un amor reprimido por la Reina del Plata”. Cuenta lo que sintió, allá por mediados de 1980, cuando arribó a Buenos Aires desde su provincia natal para hacer un posgrado. Dice que en Catamarca la cosa era “vi luz y entré”, cuando se caía en casa de sus amigos, y que en la ciudad tuvo que resignarse a agendar visitas y a perder el tiempo viajando en transporte público. Trae a colación “lo grosero” y “la exageración” que percibe en la Capital, donde la opulencia de Puerto Madero y el hacinamiento de la 31 forman parte del mismo vecindario. “Y ni hablar de los countries, cuando sobrevolás la zona de Tigre, con sus lagos y canchas de golf”. Para Alejandro, todas estas cosas producen una mezcla de envidia y urticaria.
Pero, ojo, porque rechazo también sintió Viviana, cuando a sus 14 se vino a instalar con su familia en Mendoza, tras haber vivido un tiempo en los Estados Unidos. Entre su no-acento mendocino y ciertos modismos anglosajones que había internalizado durante su estadía en el norte, su manera de hablar fue motivo de burlas. “Recién cuando incorporé el acento mendocino, dejé de ser discriminada”, recuerda. Cuando reflexiona sobre este rechazo al ser porteño, percibe una mezcla de varias cosas: por un lado, el desconocimiento de tantas situaciones de violencia que ocurren a diario en cualquier lugar del país; por el otro, la incapacidad de detectar los “prejuicios propios del conservadurismo de muchos provincianos, que hacen de sus costumbres algo cuasi-religioso, y miran de reojo cualquier cosa que se aparte de ahí”.
La necesidad que tenemos de empezar a reconstruir nuestro federalismo, amerita una lectura crítica, que no se quede encharcada en un estéril “todos contra Buenos Aires”. Muchas veces hemos mencionado -retomando el hilo de las situaciones insólitas- lo alienante que puede llegar a ser que la televisión encendida en un bar de Iruya, o de Comodoro Rivadavia, esté meta hablar del paro de subtes en la city porteña. Por otra parte, ahora que está en el ojo de la tormenta la megaminería chubutense, con un ambientalismo que empieza a marcar agenda, ¿cuántas veces nos preocupamos, o nos movilizamos, acá en CABA, por el desbocado negocio inmobiliario que fomenta el hacinamiento y empobrece la calidad del aire que respiramos? ¿Cuántas conversaciones tenemos sobre la escasez de espacios verdes en la ciudad, muy por debajo de lo que recomienda la OMS? ¿Acaso esta bajísima calidad de vida nuestra, no provoca trastornos mentales, estrés, depresión, obesidad, problemas cardíacos? ¿Acaso no nos mata, a la corta o a la larga?
Nunca pretendimos, con estas notas, unir a los argentinos. Eso se lo dejamos al “diputado” Iglesias, que con sus bolsas de consorcio parece haber encontrado el camino. Borges decía sobre Buenos Aires que aquí “no nos une el amor, sino el espanto”. No estaría mal, si al menos pudiéramos lograr eso.