El sonido del metal (2019) es una multi-premiada película que muestra la historia de Ruben y Lou, pareja amorosa y dúo de heavy metal que ha salido de gira en su casa rodante. Todo transcurre armoniosamente hasta que Ruben -baterista él- comienza a presentar problemas de audición y se ve forzado a abandonar los conciertos. Descubrimos que es un adicto en recuperación porque a Lou, lo que más le preocupa de la situación, es que pueda hacerlo recaer en consumo, entonces se adelanta y le consigue una institución de tratamiento de adicciones.
Hay varias modalidades para abordar el consumo problemático, según el compromiso del sujeto con la sustancia en cuestión. Existen tratamientos ambulatorios, unos individuales, otros grupales, y se indica la internación en comunidades terapéuticas a aquellas personas cuyo estado de dependencia puede poner en riesgo su vida. Esa necesidad de cortar tajantemente con el consumo -muchas veces les resulta imposible estar un solo día sin consumir-, requiere un tratamiento intensivo. Luego, una vez superado el período de abstinencia, hay un abanico de caminos posibles para continuar.
He tenido la oportunidad de trabajar en comunidades terapéuticas, y sé que es un tipo de tratamiento que tiene detractores y defensores: se oyen comentarios sobre “las granjas” -véase la película Paco (2010)-, sus tratos ásperos y sus metodologías y exigencias en ocasiones excluyentes. Las hay más ortodoxas, con reglas claras y estrictas, y otras que -si bien también tienen sus normas y límites- apuestan al cuidado de la individualidad y al proceso subjetivo -aquí podemos mencionar El sonido del metal y también 28 días (2000)-.
Durante el tratamiento en comunidades terapéuticas, la convivencia está regulada por normas que promueven la organización del día a día, contemplando las actividades, los vínculos y una paulatina incorporación de límites. Así como a Ruben se le hace dificultoso aceptar la necesidad de permanecer en tratamiento, es usual la deserción de las personas que luchan contra sus adicciones. El protagonista del film, por caso, transgrede las reglas de la institución, usurpando la computadora de su coordinador para contactarse con Lou. Luego, consigue huir del lugar, y será su propia pareja quien lo acompañe de regreso.
Conforme avanza la trama, vemos cómo se produce un clic en Ruben, que empieza a tomar consciencia sobre la gravedad de su situación. Una vez que él mismo se convence internamente de hacer el tratamiento, se integra poco a poco al grupo y a sus normas. Entonces sí, el coordinador le otorga una consigna: en un cuaderno, le pide que empiece a escribir, que escriba lo que sea. Hay muchas definiciones de “adicción”, pero a mí me gusta quedarme con su etimología: “no-palabra”. De aquí se desprende la tarea que le asignan a Ruben, y muchos ejercicios de estas características que habitualmente forman parte de los tratamientos para superar las adicciones.
A los pacientes que atraviesan esta problemática, por lo general les resulta dificultoso expresar sus pensamientos, les cuesta poner en palabras lo que sienten, sus dolores, miedos y sueños. Frente a las sensaciones y vivencias desbordantes, suele ocurrir que no tramita la palabra: no se habla, sino que se actúa; se actúa y se obtura, a través de la sustancia adictiva.
A partir de comenzar a poner palabras, logrando identificar sentimientos y sensaciones, existe una posibilidad concreta de construir herramientas de afrontamiento de conflictos de una manera más saludable. Hay tratamientos efectivos, que trabajan en el mediano y largo plazo con las personas que atraviesan estos conflictos. Son caminos difíciles, espinosos, pero los resultados pueden hacer que valga la pena.