El año pasado nos fuimos hasta el bunker de La Delio Valdez, un rincón difuso entre Saavedra y Urquiza, a charlar un rato con ellos, aprovechando que estaban dando una serie de entrevistas para presentar el último disco de estudio que había sacado la banda. Y ustedes se estarán preguntando: “¿Y recién ahora venís a publicar la nota, hermano?”. Bueno, sí y no. Banquen un toque y les contamos, ¡primero que nada se calman!
La nota en realidad salió con fritas, ahí, al toque, pasa que salió publicada en ANSOL, la única agencia de noticias solidarias del país. Fuimos medio de paracaidistas, la verdad, porque ellos tenían el chip puesto de contar cosas sobre las canciones nuevas, y nosotros queríamos charlarles de esto de ser cooperativa, queríamos conocer la historia que traían sobre el lomo y qué tal les resulta organizar el laburo de esa manera. Fuimos a eso. Nos recibieron Manuel y Pedro y nos pusimos a charlar en la terraza de esa casona antigua, rodeados de plantas y con el solcito del mediodía, y estuvo lindo, por esto mismo, porque más que un reportaje fue una charla entre compañeros y porque la chispa hace combustión y el fuego casi que se enciende solo.
Lo primero que blanquean es que, al principio, cuando tomaron la decisión de ser una cooperativa, en realidad nadie sabía con propiedad qué implicaba eso. En todo caso lo que había era el impulso de un grupo de pibes y pibas que estaba tratando de tomarse su laburo en serio, y que olía que ahí podía haber una forma piola de organizarse para laburar bien. Pero tomarse el trabajo en serio no es estar serios mientras se trabaja, no pasa por ahí la cosa. Es acomodar la energía del grupo para que el carro ande, para encauzar el esfuerzo y la creatividad y que prospere ese espíritu colectivo que estaban queriendo sembrar. Tomarse en serio el laburo es despojarse de esa jipeada de juntarse a hinchar las bolas y disponerse a darle un sentido real y concreto a lo que está pasando ahí.
“Como las viejas orquestas de Pugliese”, dice Manuel que querían ser. “Sin jerarquías”, agrega Pedro, y eso implicaba armar asambleas todas las semanas y tomar decisiones colectivas. Ojo, que llevan una década organizados así. No es joda. “La asamblea es aprender a escuchar y amigarse un poco con la frustración de uno. La asamblea es saber que el grupo manda y que, a veces, quedarse callado puede ser una buena idea”. Tratan de remontarse a esas primeras épocas y dicen que capaz eran un poco más atropellados, en el afán de querer hacer todo a la vez. Después, el tiempo les fue enseñando a tomar distancia, a escuchar lo que dice el compañero o la compañera y detenerse a pensar. Y otra cosa importante que el tiempo les fue enseñando es que las decisiones tienen más fuerza cuando cuentan con el apoyo de todos y de todas.
“Tengamos la fiesta en paz: ese es nuestro plan. Somos familia, y tener quilombos en la familia no le garpa a nadie”. Cuentan los músicos que en su momento hicieron terapia y que trabajaron mucho la grupalidad. La Delio Valdez es una orquesta formada por 15 personas y es imposible que algo así perdure en el tiempo si se lo deja librado al azar. El mantra mercantil no alcanza porque, si hay 15 personas, eso quiere decir que hay 15 historias en boga, tensionando y condicionándose, y es inocente creer que eso puede andar bien indefinidamente. El lado humano se labura a la par del artístico y eso la banda lo tiene claro: “El ego te puede llevar por lugar peligrosos -explican los pibes-, porque te empezás a tomar las cosas de manera personal, de golpe te sentís sarpado por algo, te mambeás, y así la cosa no camina. Lo aprendimos hace tiempo y hoy sabemos que todo lo que hacemos, es por el bien común. La asamblea regula y el grupo decide”.
“Somos trabajadores de la música, sostenemos una compañía de música y me parto el lomo por esto”, dice Pedro en dialecto plural y singular que le sale de adentro y queda bien así como está. Y ahí nomás se pone a hablar de la pandemia y explica que fue durante el período de aislamiento, cuando les cayó la ficha de que esa estructura cooperativa que habían armado fue la que les permitió seguir batallando en lugar de ceder: “No sé cómo habrán hecho otras bandas, pero acá nadie se quedó atrás. No hay botes salvavidas. Este barco funciona con todos y todas a bordo”.
Y así, hablando de esta pandemia de mierda -que todavía no se fue, y encima ahora le pusimos una guerra de sombrero, porque la humanidad es así de capa-, nos fuimos metiendo en El tiempo y la serenata, ese racimo de canciones que pelaron cuando le sacaron punta al encierro, como si fuera un lápiz en la cartuchera. “Hacíamos las asambleas por zoom y vos veías las caras largas de tus compañeros, que la iban llevando como podían. Fue difícil. Y en un momento sentimos que lo único que nos podía mantener en pie como grupo era hacer nuevas canciones. Y ahí nos pusimos a trabajar”. Dicen que pudieron transformar en música eso que estaba quieto, y que lo que parecía trabado fue mutando en energía y en una sensación de esperanza. “Bueno, loco, nos están tirando con de todo, vamos espalda con espalda y saquemos lo que sea, ya está”: para La Delio, igual que para todo el mundo, el escape fue colectivo. La ventaja que tenían es que ya sabían de antemano que en soledad la caminata es breve, y que así no se suele llegar a ningún lugar.
“Somos argentinos tocando cumbia y hablamos de cosas que pasan acá, en el país, porque eso es lo que manda la música popular. Nuestras canciones son para que disfrute todo el mundo, y en todo caso se trata de embellecer lo simple. Un poco de mugre tiene que haber. Tierra en los pies. Tierra de acá”.
Hace un par de semanas tocaron en la Patagonia y en un alto del recital salieron a bancar a una cooperativa del lugar que tiene más de 10 años laburando y dándole de morfar a 40 familias, pero que ahora está amenazada con una orden de desalojo: “Han demostrado, una vez más, que el cooperativismo sirve para organizarse y trabajar, y nos pidieron que compartamos esto con toda la gente que está hoy acá, para que sepan lo que está pasando y puedan brindarles el apoyo que necesitan”. El público, que había explotado el lugar, escuchó en silencio las palabras y luego aplaudió, plegándose a la lucha. Para estas cosas están: para hacer música, para alegrar al pueblo tanto como puedan y para comprometerse con una forma de hacer las cosas. Una forma de hacer las cosas que no les es ajena, porque llevan tiempo haciéndola carne.
“Hoy me seco el sudor y no hay dios ni patrón que me puedan robar lo que siento”, alza la voz La Delio en uno de los temas de El tiempo y la serenata. Pronto vuelven a tocar a Buenos Aires y en Obras ya colgaron el cartel de sold out. En un momento de la charla, hablando de las cosas que veníamos hablando ese mediodía de septiembre, decía Pedro que era loco porque el tetris hizo así, trac trac, y cerró. Hablaba con las manos. Manuel lo miraba y se cagaba de risa. Andan bien los pibes, y pinta que la cosa va para largo.