Hacer Historia -así, con mayúscula- sobre procesos o acontecimientos recientes, no es algo que recomiende la impoluta y elevada “academia historiográfica”. Aduce la cercanía con el objeto de estudio, la falta de perspectiva que otorga el paso del tiempo, la imposibilidad de dimensionar los efectos de la política, etc. A contracorriente, desde este espacio sostendremos firmemente la necesidad de analizar y releer nuestro pasado más reciente, para comprender el siempre complejo presente.
Giambattista Vico, filósofo de la historia nacido en Nápoles allá por el Siglo XVII, planteó una teoría de la que confieso ser adepto: la historia no avanza de una manera lineal, empujada por el progreso, sino a través de ciclos que se repiten en el tiempo; ciclos que implican avances y retrocesos, con reincidencias y reminiscencias en otros niveles. De allí su famoso “corsi e recorsi”: curso y retorno del tiempo. Bueno, todo divino, pero, ¿a dónde vamos con todo esto? Hoy, puntualmente, nos vamos a ir hasta el 18 de diciembre de 2017. ¿Qué sucedió, ese día? A modo de hipótesis, diré que lo que ocurrió allí fue la unificación de dos tiempos, y el comienzo del fin del proyecto político cambiemita. Como dijo Alfonsín durante la tristemente recordada Semana Santa del ’87, “un pasado que alcanzó al presente”.
No está mal recordar que la alianza Cambiemos había llegado a la Casa Rosada con la premisa de “no volver al pasado”, en función de consolidar un futuro mejor que vendría de la mano de inversiones -en el segundo semestre, cuando la luz al final del túnel, blablá-. Pero, eso sí, había que atravesar el necesario sufrimiento que implicaba pagar los costos de la “fiesta kirchnerista”, en el corto plazo, y de “70 años de peronismo” en el largo. Ese pasado que se quería dejar atrás le sirvió a Macri como plataforma para su victoria de 2015, y pese al flojo cumplimiento de sus promesas de campaña, la sociedad le volvería a dar un voto de confianza en las elecciones de medio término. Fue a finales de ese 2017, entre pronósticos que vaticinaban ocho años de gobierno macrista y tinta que corría para tratar de explicar la nueva derecha “new age y democrática”, cuando ocurrió la combinación de tres palabras que juntas son dinamita: “reforma”, “jubilados” y “diciembre”.
El debate parlamentario sobre la reforma previsional -un tema que hoy está en boca de todes- había comenzado unos días antes, con una sesión frustrada por la brutal represión desatada en los alrededores de la zona. Una victoria que sería momentánea, dado que una nueva sesión ya estaba convocada para el 18 de diciembre. La decisión política del gobierno era sacar esa ley a como diera lugar. Envalentonado tras la victoria de octubre, Cambiemos entendía que contaba con el respaldo para avanzar en su agenda de “reformas”. No buscó siquiera persuadir a la opinión pública en el terreno mediático, respecto de la necesidad de una nueva ley de movilidad jubilatoria. Se encerró en la rosca política y procuró conseguir los votos que necesitaba. La metáfora acabó siendo ese Congreso vallado y militarizado. La movilización popular del 18 fue incluso mayor, y la respuesta sería una represión incluso más despiadada. El objetivo estaba claro: había que “barrer la zona”, antes de que cayera la noche.
Pero, desde 2001 para acá, “diciembre” cobró un significado potente para nuestro país. Y en la noche que siguió a esa calurosa jornada, uno de los símbolos del “Argentinazo” decía presente otra vez: cacerolazos espontáneos sonaron a lo largo y ancho del territorio y las concentraciones volvían a materializarse en las calles circundantes del palacio legislativo. Era el “corsi e recorsi” de nuestra historia, que hacía que un nuevo 19 de diciembre la gente saliera a protestar por lo que entendía que era una política perjudicial para los adultos mayores. Porque, como dijo en los noventa Diego Armando Maradona: “Hay que ser muy cagones para no defender a los jubilados”.
Esta vez no habría renuncias ni helicópteros, deseo-fantasía enraizado en una buena parte de la población durante los cuatro años macristas. La ley se aprobó de madrugada y el gobierno celebró una victoria que le valdría cara. ¿Por qué? Porque puede que haya sido ese día, cuando empezó a resquebrajarse el consenso cambiemita. 2018 y 2019 serían los peores años de la gestión Macri, con regreso al FMI, aumento exponencial de las tasas de inflación y desempleo, recesión económica y una severa devaluación del peso.
A tres años de la sanción de la reforma previsional, nos podemos preguntar: ¿Acaso esa unidad en las calles habrá sido un mensaje para la dirigencia opositora, sobre la necesidad de armar un frente electoral antimacrista tan amplio como fuera posible? ¿Habría triunfado el Frente de Todos, sin ese 18D? ¿Será que la suerte de Cambiemos fue echada ese diciembre de 2017, al calor de la rosca, las vallas, las balas y las cacerolas? Un diciembre en el que pasado y presente parecieron unificarse, en esa espiral que marca el son de la historia. Reminiscencias de un pasado que persiste incluso hoy, con el renovado debate que el gobierno de Alberto Fernández quiere dar sobre “la fórmula previsional”.