A caballo de esta entrega encontrarán los episodios 7 y 8 de este peregrinaje narrativo, oral y musical que nos hemos propuesto hacer. Si bien recién transitamos la primera parte del viaje, ya han aparecido casi todas las voces que dan cuerpo y testimonio a la obra y que nos acompañarán hasta el final.
Desde la semana pasada, se han incorporado a la cabalgata Beatriz y Chang, con sus miradas a cuesta pero sobre todo con sus pieles curtidas por el trajín de una vida migrante. Pero, Chang va a decir algo más, y con sus palabras ya nos adentramos en la propuesta de hoy: “Ser migrante no es un problema. El único tema es el migrante pobre”. Ya nos relató el maltrato que padeció en Migraciones, cuando intentó solucionar lo vinculado con su ciudadanía. Pasó mucho tiempo de aquello y hoy se para desde otro lugar. Pero de algo está seguro y lo dice muy claramente, porque es la única forma de descifrar todo lo demás. Ser migrante no es un problema: el problema es qué clase de migrante se es.
Tuvimos esta charla al borde del Parque Saavedra, cada uno con su mate porque la pandemia todavía no se había retirado del todo. Pronto iba a escampar ese cielo, pero por las dudas nos seguíamos cuidando. Y ahí, entre perros y charcos, Chang explicaba algo que ciertamente es fácil de entender: si un ciudadano europeo, blanco, de buen vestir, estaciona su coche y se dispone a pasear por el barrio, nadie se interpondrá en su camino ni le lanzará miradas fastidiosas. Ese hombre no conoce el dolor que en los próximos episodios relatará Beatriz. Se moverá con liviandad, podrá habitar sin ataduras el parque y los bares alrededor. Es uno más aquí: no hay cruz en sus espaldas.
Con Beatriz nos juntamos a conversar en un espacio al aire libre de su universidad, la de General Sarmiento. Luchó, hasta poder forjar ese sentimiento de pertenencia, y los resultados están a la vista, porque hoy me recibe como si estuviéramos en la cocina de su casa. Reproducirá, en estos episodios, algunas palabras y expresiones que tantas veces ha recibido en forma de agravios, gratuita y maliciosamente, de parte de gente que no la conocía de ninguna parte y que así y todo se ha sentido con derecho a hostilizarla, a dañar su espíritu.
Todo depende de qué clase de migrante es cada persona: Beatriz encarna, para mucha gente, un tipo de migrante no deseado, con un tono de piel y una manera de hablar que crispa los nervios: es entonces cuando se impone esta necesidad de pisotear al otro, o en este caso a la otra, denigrándola en su condición humana y dejando en claro cómo está la tabla de posiciones en el torneo de la superioridad.
Natalia Debandi, otra de las voces autorizadas de esta narración, habla de una sensación de culpa que tantas veces aparece en la biografía de las familias pobres, y de cómo ciertos discursos, absurdos y estigmatizantes, calan hondo en su andar más cotidiano. En el marco de muchas investigaciones que ha hecho, cuenta, asomaron los rastros de esta culpa, que se expresa comúnmente bajo la forma del rechazo, cuando el Estado Nacional finalmente encuentra la manera de llegar a esos hogares para brindar una asistencia.
Natalia nos ayuda a hacer una interpretación de esta resistencia que oponen las familias migrantes al hecho de aceptar ayudas o beneficios: la rabia en la mirada ajena, que se empecina con ellas y les endilga sus propios problemas, les produce temor, y las pone en una situación de hacer lo imposible para gestionarse la vida por sus propios medios, sin pedirle nada a nadie. Y no exageramos cuando decimos que hacen hasta lo imposible. Ya van a ver.