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mayo 24, 2023
Modo laberinto
La grieta es un artefacto cultural que nos flecha como Cupido en celo y nos mantiene encendidos, presos de un amor/odio que nos define y caracteriza.
No salimos mejores del laberinto. No saldamos discusiones de antaño. Al revés. Tiramos la toalla. Nos enquistamos en el laberinto y ahí, en sus recovecos, armamos ranchito con chapas y cosas que íbamos encontrando. El enemigo ideológico de golpe es vecino y las miradas suspicaces se transformaron en hola. Un día nos pusimos a charlar de nuestras penurias cotidianas, y ya no renegábamos de tal o cual partido político.
Modo laberinto

La política está atravesando una crisis de representatividad: ¿cuánto hace que venimos escuchando esto? Que los partidos tradicionales ya no interpelan a nadie, ¿cuánto? Por dios que alguien me lo diga. ¿Diez años? Tal vez más, ojo. Bueno, el mismo planteo volvió a tocarme timbre, como testigo de Jehová un sábado por la mañana. Resulta que la UNSAM tiene un espacio de investigación abreviado LEDA y denominado Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos. Vía redes sociales de la universidad, me sumergí en las conclusiones de un trabajo que acaban de publicar. La grieta, tal como la conocíamos, no existe más.

No. No es que hayamos experimentado un aprendizaje supremo ni que el país se haya embarcado en un viaje de ayahuasca. Esta cuestión binaria de los unos contra los otros sigue en pie y goza de buena salud. No seríamos Argentina, sino. La grieta es un artefacto cultural que nos flecha como Cupido en celo y nos mantiene encendidos, presos de un amor/odio que nos define y caracteriza. Lo que pasa es que con el tiempo la pasión sucumbe, los flechazos se renuevan y los bandos se modifican. Somos culoinquieto, ¿vió? Y el tándem macrismo versus kirchnerismo, digámoslo de una vez, está más agotado que docente a los 55. Ahora bien, lo que viene no es alentador. Advierten los muchachos del Laboratorio sobre la configuración de un tablero novedoso: las blancas son los políticos; las negras, la gente que los padece. Lo novedoso es que hay mucho participante usando el reglamento como papel higiénico y con ganas de tirar el tablero por la ventana.

Gente que patalea contra la política y despotrica contra los políticos, siempre la hubo. Lo que no pasaba, hasta acá, es que tuvieran la voluntad de organizarse y constituirse ellos mismos en un factor de poder. Que quieran incidir en la realidad imponiendo sus ideas. Deben haber aprendido de los primos troscos que tenían discursos incendiarios llamando a la revolución y después los veías ahí con la urnita y el cosito y contentos con su tres por ciento. En fin.

Bromeo sin ganas. No estamos para burlarnos de nadie. El desencanto es absoluto y galopa por las ciudades y los campos de este bendito país. Aquella grieta ideológica imperturbable está cicatrizando mal. No salimos mejores del laberinto. No saldamos discusiones de antaño. Al revés. Tiramos la toalla. Nos enquistamos en el laberinto y ahí, en sus recovecos, armamos ranchito con chapas y cosas que íbamos encontrando. El enemigo ideológico de golpe es vecino y las miradas suspicaces se transformaron en hola. Un día nos pusimos a charlar de nuestras penurias cotidianas, y ya no renegábamos de tal o cual partido político. Nos empezamos a decir que son todos los mismos garcas y que si es por nosotros pueden irse bien al carajo. 

Chau grieta. Hola grieta.

¿Muchos siguen sin entender cómo puede ser que la gente pobre vote a Milei? ¿En serio que todavía no lo entendemos? Vamos muchachos, es fácil. Imagínense a ustedes mismos ranchando en algún pasillo del laberinto. Imaginen que encienden la tv, un ratito cada día, y que ven cómo circulan los políticos de siempre, de un lado y el otro de la ex grieta. Ninguno habla del laberinto. Nadie orienta a los que se quedaron varados ahí, para que traten de encontrar la salida. Viven peleándose por pavadas.

Es agotador sentir que te toman el pelo. Entonces un día saliste a la vereda a sacudir el mantel y te cruzaste con tu vecino, y bueno, qué sé yo, no era taan boludo como pensabas. O, mejor dicho, capaz que los dos éramos un poco boludos. Mirá cómo estamos, sino.

Ezequiel Ipar es el director de la LEDA y el otro día salió al aire en Desmalezando, un programa de Radio con Aguante, para charlar un poco sobre el alcance y las implicancias de estos discursos de odio como el que suele desplegar Javier Milei. Lo que decía Ezequiel es que todavía está pendiente la respuesta que puede elucubrar el arco político democrático frente a estos sectores desestabilizadores que se alimentan del malestar social y de la incertidumbre que reina hoy. El Frente de Todos no puede hacer propio un discurso de esas características, por mucho que lo quiera subvertir como si fuera el espejo rebotín que usábamos cuando éramos chiquitos. “El gobierno no debe dialogar con esas fuerzas opositoras sino con una ciudadanía que está muy preocupada, porque arrastra ya muchos años de padecimiento, y muchos de no poder hablarlo”.

LEDA detectó que las franjas sociales más permeables a los discursos de odio son las de los jóvenes y los adultos mayores de 70: “Es una paradoja y una clave interpretativa, comprendiendo que este tipo de discursos favorece únicamente el desarrollo de una sensibilidad de derecha”. Ipar expresa que la cuestión económica es un factor elemental, pero que debe ser entendida en muchos planos y no reducida a la inflación: “Es la falta de acceso al empleo formal, es la precarización y es cómo afecta la problemática a los diferentes grupos etarios. El tema de los jóvenes me parece inquietante: ¿qué está pasando con el ingreso al mundo del trabajo? ¿Por qué les cuesta tanto conseguir un primer empleo?”. Pide un esfuerzo para escuchar y tratar de comprender a quienes permanecen capturados en el laberinto y recurren al consuelo que les ofrecen las personas que hablan de romper el tablero y lanzarlo por la ventana. 

Que la política está en crisis, no hace falta que lo diga Milei. Acá seguimos esperando un bosquejo de los nuevos discursos que es imperioso construir. Estamos pisando sin el suelo, como decía Catupecu, la banda oriunda de Villa Luro. El problema es que ya no es un acto de rebeldía, sino un síntoma de la desolación.

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