Francisco Longa es Licenciado en Ciencias Políticas y trabaja como investigador en el Conicet. Días atrás, pasó por Desmalezando para conversar sobre la situación de las organizaciones sociales en el marco de esta compleja coyuntura política y económica que atravesamos como país. Se parte de una certeza: este gobierno ha incluido en sus filas a los movimientos sociales probablemente como nunca antes se había hecho. Pero enseguida emerge una segunda premisa: aun incluyéndolos en su gestión, la fuerza política conducida por Alberto Fernández no sabe interpretar la realidad fáctica expresada por estas organizaciones en el territorio.
El entrevistado toma como referencia un hecho puntual: semanas atrás, el Presidente declaró públicamente su voluntad de transformar “los planes sociales en trabajo”. Un debate de larga data, cuyos frutos no parecen estar maduros todavía. Una de las primeras en notar el yerro y apurar una necesaria corrección, fue Dina Sánchez, la secretaria general adjunta de la UTEP (Unión de “Trabajadores y Trabajadoras” de la Economía Popular, tal como reza su descripción en Instagram). ¿Y qué fue lo que aclaró Dina, en esa suerte de carta pública dirigida a Alberto? Que “trabajo” no es lo mismo que “empleo”, y que, en todo caso, ella estaba segura de que lo que había querido decir el Presidente era que había que avanzar en un esquema de conversión de los planes sociales en “empleo”. ¿Y por qué esta corrección? Porque nadie, y mucho menos el Presidente de la República, puede pensar que una persona no trabaja por el solo hecho de percibir un plan social, o bien un Salario Social Complementario.
Entonces, lo que agregó Francisco en Radio con Aguante es que los movimientos sociales no representan a un sector que cumple labores menores o simbólicas, sino a una porción mayoritaria de la clase trabajadora argentina. Y como si fuera poco, se trata del sector que con más énfasis se paró de manos para que la pandemia no hiciera estragos en los lugares donde peor se vive: “No solo trabajan, sino que trabajan mucho, y no solo trabajan mucho, sino que pusieron el cuerpo para cuidar y reproducir la vida en sus barrios, durante los momentos más críticos de la pandemia”.
Él los llama “movimientos todoterreno”, porque a la cultura de calle que han tenido desde siempre le han sabido incorporar un lenguaje político y una capacidad de diálogo que les permite plantarse de igual a igual en cualquier terreno de juego. Como ejemplo de esto, menciona el Plan de Desarrollo Humano Integral, un programa elucubrado desde el seno de los movimientos sociales, que ha conseguido apoyo sindical y paulatinamente se ha venido instalando en la agenda pública nacional: “Un programa muy elaborado, que incluye el repoblamiento del país, el otorgamiento de lotes de tierra con servicios y el desarrollo de una agricultura familiar que abastezca a las comunidades. El problema es que no tiene la bendición del Poder Ejecutivo, y un proyecto de estas características es inviable sin un financiamiento del Estado”.
El politólogo menciona también la lucha de las organizaciones por un salario básico universal, que hasta hace un tiempo hubiese parecido una causa de tintes utópicos, y que, sin embargo, ha ido ganando espacio en los medios de comunicación y en las conversaciones de café. Es una muestra más, según expresa Longa, de la madurez que han alcanzado las organizaciones sociales, en tanto que han aprendido a planificar escenarios y a construir los consensos que la lucha les exige.
El horizonte de la UTEP, desde sus inicios y hasta esta parte, es alcanzar los acuerdos necesarios para poder inscribirse como miembro pleno de la CGT. En esta línea, reza Francisco que lo que está en juego es hasta qué punto el sindicalismo clásico asumirá las dinámicas laborales emergentes: “La manera en que se organiza el trabajo, en el universo de la economía popular, difiere mucho de la lógica que se da en una fábrica. No quiere decir que, por ser cosas distintas, no se encuentren formas de acercamiento y de ordenamiento institucional”.