En La Plata, hace cosa de dos años, empezó a escribirse una historia que atravesó, y que sigue atravesando, a un montón de familias de la ciudad. Es la historia de Las Acacias, un espacio educativo que resurgió de las cenizas en forma de cooperativa y que, aun con el vendaval de la pandemia, se ha venido construyendo con cimientos de trabajo colectivo.
Hasta noviembre de 2018, ese mismo edificio albergó un jardín de infantes y una escuela primaria que estaban inscriptos en la gestión privada. Lo que pasó, un día de esos, fue que las familias de los pibes reaccionaron en bloque frente a un aumento de la matrícula que consideraron desproporcionado. Se desataba una avalancha: convocatoria de la conducción al personal, aviso de que la institución cerraría sus puertas tras el último día de clases, 60 trabajadores y trabajadoras que no cobrarían los dos salarios pendientes ni percibirían indemnización alguna cuando la quiebra se concretase. Mientras las autoridades se plantaban con esa postura autoritaria, un grupo de tres maestras se propusieron formar una cooperativa para sortear una de las noticias más tristes que puede tener una comunidad, como es el cierre de su escuela.
Yamila se puso en contacto con uno de los abogados que patrocinaba a los compañeros del Bauen, y él las empezó a orientar en el proceso de recuperación. Yamila Berdún es, hoy, la presidenta de la Cooperativa de Trabajo Educativa “Las Acacias”, y es, también, la directora del espacio de educación inicial que allí funciona. Vía audios de WhatsApp, rememora lo difícil que fue atravesar ese momento de crisis: “A las compañeras les decíamos ‘cooperativa’ y se ponían a llorar. Tenían miedo porque todas venían de una biografía muy patronal, y además de mucho maltrato”. Un proceso así, cargado de incertidumbres y que reclama el compromiso real de ese grupo de trabajadores, es lógico que acarree sentimientos de angustia e inquietud, de esas personas que ponen el cuerpo por una causa, pero que, al final del día, tienen que tener la plata en el bolsillo para darle de comer a sus hijos. Lo que estaba en juego, no era solo una lucha con tintes románticos, sino concretamente las fuentes de trabajo.
Tal como les habían prometido sus empleadores, no cobraron el sueldo de noviembre ni el de diciembre. Así y todo, tomaron la decisión política de no apurar ninguna medida de fuerza que pudiera perjudicar a las familias de sus chicos. Resistieron en el colegio. Literalmente, en las instalaciones, y alternando guardias nocturnas, porque, conforme avanzaba la recuperación del espacio, las docentes recibían todo tipo de amenazas del dueño del edificio y sus allegados: las primeras fueron que entrarían al establecimiento y lo desmantelarían; las últimas, directamente, fueron amenazas de muerte. Lo cierto es que, entrado el 2019, consiguieron el aval que las habilitaba a continuar con la propuesta educativa, organizadas en el formato cooperativo que ellas estaban impulsando. Fueron meses de darse fuerza unas a otras y de un gran trabajo informativo y de concientización, no solo por parte de las trabajadoras que se habían embarcado en la lucha, sino también con las familias de los estudiantes, cuyo apoyo era elemental para que la causa se convirtiera en una causa de la comunidad.
Las Acacias empezó a funcionar oficialmente con el ciclo lectivo 2019, con un proyecto de nivel inicial. La escuela primaria debía esperar un tiempo más, hasta volver a ser incorporada a la propuesta educativa. El jardín arrancó su primer año con 15 chicos inscriptos, pero la matrícula treparía hasta 90 en el año 2020. Era cuestión de volver a ganarse la confianza de esas familias que, si bien habían acompañado en masa la lucha de las trabajadoras docentes, no podían arriesgarse a quedarse sin una vacante para sus niños. Yamila expresa la comprensión que tuvieron entonces, tanto ella como sus compañeras. Era un proceso que les exigía constancia y templanza.
“La propuesta de Las Acacias -sigue Yamila- se ocupa de brindar herramientas para que, desde la primera infancia, los niños y niñas puedan estar atravesados por una mirada de lo colectivo y también de lo cooperativo, que son fundamentales para el cambio que estamos pensando”. Al día de hoy, esta cooperativa de la educación está integrada por 23 trabajadores y trabajadoras. En marzo de este año se habían incorporado los últimos, para construir un período escolar que implicaba nuevos desafíos. Luego, la historia conocida por todos: fueron dos semanas de compartir la escuela, hasta que el presidente decretó el aislamiento obligatorio en todo el país.
“Nos seguimos conociendo aun hoy, de manera virtual, entre todos los compañeros. Acá, cada trabajador y cada trabajadora es muy consciente del rol político y social que tiene como docente. Este año laburamos un montón, porque salimos a contener a nuestros pibes y a sus familias”. Los docentes de Las Acacias buscaron la forma de dictar clases diariamente, ya fuera de manera sincrónica o asincrónica, a veces con el grupo entero, otras con grupos más reducidos, siempre dependiendo de lo que cada actividad requiriera. Entre las propuestas del jardín, hay un taller de teatro, arte latinoamericano, yoga y ciencias. La directora aclara que la población educativa es diversa y que los docentes a cargo son extremadamente conscientes de que toda la organización que se dan es posible porque la comunidad tiene acceso a estas modalidades de enseñanza. De los 75 niños y niñas que siguen vinculados al jardín, en miras al próximo año, 15 son beneficiados por una política de becas que el espacio ha previsto desde el comienzo y que abarca a toda la trayectoria educativa del estudiante.
Este año fue muy duro en términos económicos y en más de una ocasión ha generado zozobra entre los compañeros de la cooperativa, que posiblemente no vislumbraban un horizonte claro delante de ellos. Artesanalmente, fueron charlando con todas las familias y aceptaron la propuesta que cada una de ellas podía sostener. Para seguir adelante, le pusieron el cuerpo a una actividad paralela: cada mes, los maestros y las maestras se meten en el sombrero de Súper-Hijitus y salen convertidos en cocineros y cocineras; durante una jornada o dos, amasan sorrentinos caseros, y después los venden. Con el dinero que recaudan, cuenta Yamila, cubren prácticamente la totalidad del alquiler del edificio donde funciona Las Acacias.
No hay certezas sobre qué nos deparará el año que viene. Menos las hay sobre cómo se irá desenvolviendo la nueva normalidad de los niños en sus escuelas. Lo que sí se sabe es que, en 2021, Las Acacias volverá a funcionar como escuela primaria, sosteniendo desde luego la oferta de educación inicial. Integrarse en un formato de cooperativa es una experiencia ardua, pero hermosa y cotidiana, que obliga a sus trabajadores a involucrarse mucho más en sus tareas. El aprendizaje es constante y la apuesta siempre es a más. No hay nadie, allí, que esté pensando en llenarse los bolsillos de dinero a costas del trabajo de los demás. No hay patrón. Todo lo que hay son compañeros, pensándose y organizándose para salir adelante. Eso solo ya es motivo de celebración. Cualquier grupo de trabajadores que prescinda de patrón, amerita un brindis. Más, todavía, si esa cooperativa impidió la quiebra de un espacio educativo, que hubiera dejado huérfana de maestros a toda una comunidad. Más, todavía, si esa cooperativa se compromete, como lo hace, con la educación de nuestros pibes, y con el futuro de la patria.