En la primera entrega, comenzamos a conocer la mirada de dos entrevistadas, cuyas voces resonarán durante todo el recorrido. Gabriela es la directora de la Comisión Argentina para Refugiados y Migrantes, mientras que Natalia es una investigadora comprometida con el estudio de las corrientes migratorias en nuestro país. Ellas nos ayudarán a comprender los obstáculos que cotidianamente se les presentan a las familias que vienen desde geografías lejanas, a tratar de hacer pie en estas tierras.
La Ley de Migraciones, vigente en la normativa nacional, otorga a las familias migrantes los mismos derechos y las mismas obligaciones que tiene cualquier persona nacida en nuestro país. Desde el año 2004, Argentina recibe con beneplácito a todo aquel que decide continuar su trayecto vital en estas tierras, por el motivo que fuere. Los migrantes son sujetos de derecho, tanto como cualquiera: ese es el espíritu de la norma.
Luego, ocurre lo de siempre, y de esto empezaremos a hablar en los episodios que aquí se presentan: las expresiones de una ley, más implícitas o explícitas, no necesariamente se reflejarán en el terreno social, siempre complejo y tirante. Más probable es que suceda lo contrario: que la inercia de lo cotidiano se le plante a la letra escrita, ofreciéndole resistencia y tensando lo que propone. Decíamos la semana pasada que no se trata únicamente de una “cuestión migratoria”, porque también son asuntos políticos, culturales, clasistas, sexistas, narrativos, educacionales. La sociedad local no es indiferente ante la inmigración que recibe: siempre tendrá una opinión formada sobre ese fenómeno y sobre las personas que lo encarnan.
En estos dos capítulos, introduciremos el tema del vínculo que las familias migrantes son capaces de entablar con el Estado Nacional. Oirán en el episodio número 3, que “por mucho que se esmere la legislación en aclarar que la situación de irregularidad no debe ser un condicionante para que las personas accedan a sus derechos inalienables, día tras día se amontonan las muestras de cómo la burocracia acaba venciendo a la comprensión que puede tener la gente. Es la cruz que cargan en sus espaldas las familias migrantes pobres”.
Dice la ley que las niñeces migrantes deben ser admitidas por la escuela pública e incorporadas a su enseñanza, independientemente de lo que ocurra con su condición frente a la vía de la regularización burocrática. Es simple: existe un camino legal que estas familias han de recorrer para asentarse como ciudadanas del país, pero también existe un “mientras tanto”, territorio temporal que suele ser muy extenso. En ese mientras tanto, los niños y sus familias también debieran acceder a los mismos derechos que el común de la sociedad. ¿Qué ocurre? Que ninguna ley tiene la corporalidad necesaria para prevalecer frente a los arbitrios cotidianos; que lo que manda es la postura ideológica de alguna autoridad escolar de turno -creyéndose dueña del espacio que dirige- cada vez que se decide unilateralmente obstaculizar el derecho de una familia, dejando al niño migrante sin vacante -porque sí- y bloqueando su trayecto educativo.
Puede ser muy progresista la letra normada en virtud de los derechos que amplía, pero, como ya han dicho algunos a lo largo de la historia, “la única verdad es la realidad”. El pueblo no anda repasando lo que escriben los legisladores con el mate de la mañana. El pueblo se levanta y anda, y la vida social opera de maneras difíciles de prever. Lo que sí hay en una sociedad, y esto está claro frente a los ojos de cualquiera, es una lógica de mayorías y minorías, de fuertes y débiles: algunos tienen todo servido para poder desarrollarse, mientras que muchos otros tienen la calle cuesta arriba y mucho peso sobre sus espaldas. La norma debería instrumentar esos equilibrios, para que nuestras sociedades se tornen más vivibles, más humanas.
Y lo más importante: debieran ser vigiladas. Porque el tiempo pasa rápido y las cosas se transforman vertiginosamente. Ideas brillantes pueden plasmarse en una ley, pero, si no se las custodia, si no hay una voluntad de que eso siga funcionando en el presente, tarde o temprano quedarán obsoletas.