Recuerdo esa mañana del 19 de enero como si fuera hoy. Prendo el televisor y Mauricio Macri, en ese entonces Jefe de Gobierno porteño y firme candidato a la presidencia de la Nación, daba una conferencia de prensa que se transmitía como una cadena nacional de facto. ¿Cuál era el motivo de sus palabras? El hecho que conmocionó a un país: el fiscal Alberto Nisman había sido hallado sin vida en su departamento de Le Parc, a horas de presentarse frente al Congreso Nacional para defender la estruendosa denuncia que había hecho pública apenas un par de días atrás.
Creí estar viviendo una escena digna de House of Cards: un fiscal gana notoriedad acusando a la presidenta en ejercicio, a su canciller y otros funcionarios de encubrir y garantizar la impunidad de la causa AMIA a través del Memorando de Entendimiento con Irán -enero de 2013-; pero su cuerpo aparece sin vida en el baño de su departamento de Puerto Madero, en las vísperas de su cara a cara con los congresistas.
¿Quién era Alberto Nisman? Un fiscal que había participado en el primer juicio por la causa AMIA (2001-2004) logrando despegarse de los fiscales José Barbaccia y Eamon Mullen, el nefasto juez Juan José Galeano y el Secretario de Inteligencia del menemato, Hugo Anzorreguy, todos enjuiciados a la postre, acusados de encubrimiento. En 2004, Nisman queda a cargo de la flamante UFI-AMIA (Unidad Fiscal de Investigación), y allí, comienza a trabajar en tándem con Jaime Stiuso, Director de Operaciones y Contrainteligencia de la SIDE, siguiendo la pista de Irán-Hezbolá.
¿Nisman se suicidó o “lo suicidaron”? Y, en caso de que lo hayan asesinado, ¿quién, cómo y por qué lo hizo?
De las hipótesis que se empezaron a barajar, una cobró fuerza rápidamente: CFK lo mandó a matar por haberla denunciado. Los grupos económico-mediáticos, enfrentados al kirchnerismo desde la sanción de la afamada Ley de Medios, se dedicaron en forma sistemática a profundizar esa hipótesis -el programa Periodismo Para Todos, de Jorge Lanata, descollaba en audiencia-. La oposición, con Laura Alonso y Patricia Bullrich a la cabeza, se encolumnaría casi simultáneamente. La primera llegó a declarar “nos tiraron un muerto”. Literal.
Las manifestaciones a favor del “fiscal héroe que se atrevió a denunciar al poder”, tuvieron su punto culminante el 18F: la proclamada marcha del silencio, que contó con la presencia de la ex mujer, tanto como de fiscales y jueces amigos del difunto. La polarización de la sociedad era total. O abrazabas la idea del impoluto fiscal o descreías de él, aferrándote a ciertos datos de su vida personal que las redes comenzaban a irradiar y que ponían en discusión “lo intachable” de su figura. Nada de esto puede ser entendido sin su contexto: 2015 era el año en que se jugaba la continuidad del proyecto kirchnerista, en ausencia de sus dos líderes históricos: Néstor había fallecido cinco años atrás, y Cristina estaba cumpliendo el último mandato que le permitía nuestra Constitución. Dato no menor: en diciembre de 2014, la Jefa de Estado había tomado la decisión política de depurar los servicios de inteligencia -uno de los sótanos de la democracia-, removiendo a una figura clave de esta historia, como era Jaime Stiuso, con quien Nisman ya se había desempeñado codo a codo en la causa AMIA.
Ahora bien, ¿qué consecuencias trajo la muerte del fiscal? Por lo pronto, los carteles de “Cristina asesina” los vemos aún en cada marcha anti-cuarentena; algo parecido ocurrió con el “Yo soy Nisman”, emblema fabricado a la medida del “Je suis Charlie Hebdo”; y no debe soslayarse el enaltecimiento del fiscal al nivel de un prócer, impactando en la opinión pública e instalando la idea -o, al menos, la sospecha- de que el gobierno fue efectivamente perpetrador de un asesinato que atentó contra la democracia y sus instituciones. Entre los muchos factores que incidieron en la victoria de la alianza Cambiemos, ¿qué relevancia creen que pudo haber tenido el uso político de la muerte de Nisman? ¿se hubieran impuesto, de todas formas, en ese balotaje tan reñido?
Y surgen más interrogantes: ¿alguien se preguntó cuán firme era la denuncia que traía Nisman entre manos? Si el juez Rafecas la había desestimado por carencia de hipótesis de delito en 2015, ¿por qué se vuelve a abrir al año siguiente, con el cambio de gobierno? ¿A nadie le llamó la atención que en diciembre de 2017 se haya dictado prisión preventiva a una Cristina Fernández que recién asumía su banca en el Senado, habiendo estado sin fueros durante dos años? En junio de 2018, la Justicia Federal establece que la muerte de Nisman fue por homicidio, pero nunca pudo determinar quién lo mató, y solamente procesaron a Diego Lagomarsino por “cómplice de asesinato”. Mientras tanto, se la corría de la investigación a la fiscal Viviana Fein, por “posibles delitos de acción pública”. Se sabe que el Poder Judicial es camaleónico. Bah, ¿se sabe? Una problemática bien actual, ¿verdad?
En fin, toda esta historia me remite a una mamushka: la primera muñequita fue la muerte de Nisman, luego su denuncia, detrás el juicio por encubrimiento en la causa AMIA y así hasta llegar a la última muñeca, el núcleo central de este complejo entramado de política interior y exterior: el atentado a la AMIA de julio de 1994. Un tema espinoso, cuyo análisis merece una entrega aparte, si se quiere dedicarle la profundidad que amerita. Es un tablero de ajedrez con piezas argentinas, pero también juegan Estados Unidos, Israel, Irán y El Líbano.
Hoy Nisman sigue siendo bandera para ciertos espacios políticos y sectores socioeconómicos, que lo blanden para seguir agrietando una sociedad de por sí polarizada. Quedan preguntas sin responder: ¿No habrá quedado el fiscal atrapado en una interna de los servicios, tras la depuración que ordenó Cristina? ¿Qué rol jugó Jaime Stiuso en esta historia? No olvidemos que se detectó una gran cantidad de llamadas entre agentes de inteligencia en actividad y otros retirados, previas a la noticia de su muerte. ¿Cuál era el origen de los bienes y el dinero que Nisman no había declarado? Si fue un homicidio, entonces, ¿quién lo mató?
Acreditar la hipótesis del suicidio sería perturbador para una parte de la población que no está dispuesta a bajar del altar al “fiscal que se enfrentó al poder político”. La pregunta es: ¿Quiénes son Nisman? ¿Todes somos Nisman?