Apenas asumido, sin pandemias en el radar, hablaba el gobierno nacional del mal endémico de la Argentina y de la imperiosa necesidad de establecer un nuevo acuerdo social, multisectorial, que permita detectar nuestras enfermedades crónicas y buscarle la vuelta al asunto para avanzar en una construcción más sólida. En el botiquín de la política hay soluciones alopáticas y homeopáticas. Caminos diversos por recorrer en el afán de tomar el toro por las astas. Lo importante, hoy día, es desandar esos caminos, transitarlos, salir a la ruta y recortar distancias, obligando a los actores implicados a abrocharse el cinturón y tomarse la cosa en serio.
La solución homeopática tiene que ver con una mirada integral de este problema que venimos arrastrando sin poder entender verdaderamente en qué sector del organismo se produce la falla que hace trastabillar al todo. Y ahí lo que se impone es barajar y dar de vuelta, y esto es precisamente lo que el gobierno se dispuso a hacer, con una convocatoria amplia, tendiendo la mesa grande para que se acomode alrededor la gente que se tiene que sentar. Hay un momento para cada cosa y llega un punto en que las acusaciones son demasiado intrincadas como para poder resolverlas por separado. El poner la jeta, entonces, ya es un hecho político. El sentarte a la misma mesa con aquellos que en privado defenestrás, ya es una instancia superadora, porque cuando estás cara a cara, de una forma u otra las caretas se empiezan a soltar. Entonces, el solo hecho de haber avanzado en la concreción de esta serie de reuniones y acercamientos, ya es un poroto grande que se está anotando el gobierno. Se trata de hacer política y de dejar las hipocresías en el paragüero. Se trata de generar las condiciones para lograr que, incluso los baluartes del arte especulativo, deban adoptar un compromiso frente a otros casi tan pesados como ellos.
En lo que va de la semana, los titulares de las carteras más sensibles del gobierno han llevado a cabo reuniones con los sindicalistas más representativos del espectro del trabajo, con los empresarios más influyentes en el marco del mercado nacional, con la siempre conflictiva mesa de enlace y también con otros actores de nuestra ruralidad, como la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), el Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI) y la Federación de Cooperativas Federadas (FECOFE). De esta última reunión, participaron también las autoridades máximas del Mercado Central, entidad clave en la reconfiguración del esquema productivo que se impone en la agenda, si hay verdadera voluntad política de sanear las desventuras de nuestro país.
Este periplo de conversatorios tiene la finalidad de acordar una base previsible de precios y salarios que permita a la Argentina ingresar en el terreno de lo posible, sin que eso decante en una vida más extenuante para la parte del pueblo que más padece los desmanes económicos y financieros que históricamente sacuden este suelo. Apenas eso se está pretendiendo: ingresar en el terreno de lo posible. Parece fácil, pero es extremadamente complejo y requiere de esta percepción político-homeopática, que engloba la perseverancia y la tenacidad de un gobierno que sabe que no hay otra manera de empezar a destrabar este histórico embotellamiento. Eso sí: el gobierno debe proteger el fuego de su palabra, para que no se deprecie a la par de nuestra moneda. Se está pidiendo un diálogo franco a gente poderosa en cuyas intenciones de ningún modo se puede confiar. Es correcto invitar al diálogo franco y también es correcto predicar con el ejemplo, pero sin dejar de marcar la cancha con las herramientas estatales y sin pecar de inocentes, mostrando el juego de más.
Hubo un par de hitos claves, que no lo dejaron bien parado a Alberto Fernández. Uno de ellos, quizás el más relevante, fue la fallida expropiación de Vicentin. El Presidente no teme exponer sus debilidades y tampoco teme volver sobre sus pasos, si considera válidos los argumentos de los demás. Lo que no acabamos de comprender, tengo la impresión, es hasta qué punto es consciente Alberto del riesgo que implica enseñar la herida a los tiburones. O está pletórico de confianza en su quehacer político y anticipa todas las jugadas, dejándonos a todos en orsai, o se excede en su caballerosidad y en su pretensión de que actúen con buenas armas, quienes a lo largo de nuestra historia jamás las han empuñado. Su manera de hacer política, de frente y con rebosante actitud democrática, la sigo creyendo conveniente, amén de las aguas que nos toque atravesar. Luego, claro, la vida está llena de grises y la política más todavía, y en un mar de grises y oscuros, la blancura no está llamada a sobrevivir.
Las recetas alopáticas, a la hora de desbaratar un sistema corrupto que genera inflación en punto muerto, tienen que ver con los mecanismos de control que tiene el Estado y con la respuesta organizada que es capaz de dar la comunidad. La Secretaría de Comercio vuelve a tener un rol central en la conducción de este proceso, y eso implica que la paleta de medios hegemónicos blandirá coreográficamente las banderas de Guillermo Moreno, intentando calar de nuevo a la sociedad con los lugares comunes que han demostrado eficacia en el pasado. Lo cierto es que la Secretaría de Comercio es un órgano estatal cuya razón de ser es el cuidado del bolsillo de la gente trabajadora, controlando que no se desboquen las cadenas de intermediarios que están detrás de cada una de las mercancías que nos traemos a casa cuando salimos de compras. Hemos leído noticias sobre la organización de cuadrillas que recorren los comercios de distintos lugares, para detectar, precisamente, dónde operan los sobreprecios y quiénes son los responsables de ese desajuste. No se deje comer la cabeza, estimado lector: no son grupos de tareas que se vienen a llevar puestas nuestras libertades democráticas. Es gente que sencillamente está siendo organizada, de modo tal que usted y yo podamos tener la tranquilidad de saber que nuestro dinero está siendo vigilado. Otras de las herramientas que tiene el Estado para hacer frente a esta problemática, es la flamante Ley de Góndolas, aprobada el año pasado por el Congreso Nacional y puesta en acción para garantizar la imprescindible competencia de productos.
Parece utópico, pretender alinear en un esquema colectivo a sujetos especuladores que tienen un historial de darle la espalda al país, apostando exclusivamente a engordar las arcas propias y dándose tantas veces un tiro en el pie, por glotones, por cortos de vista, por tejer alianza con otros tan glotones como ellos, dedicados a volcar el Estado desde adentro como vuelcan los camiones de leche a la vera de la ruta cuando están del otro lado del mostrador. Son miserables por naturaleza, y así y todo el gobierno no les hace la guerra. Lo único que hace es sentarlos a la mesa para que digan de frente lo que tienen para decir. Probablemente no tengamos el poder de constituirlos como clase social y que se acoplen a la historia grande de la Argentina. Son sujetos que recibieron una herencia totalmente desvinculada del trabajo, y que están abotonados como perros en celo a ese privilegio del enriquecimiento a base de ocio. Pedirles que se autoperciban como burguesía nacional y que se transformen en esa locomotora que saque adelante al país, a esta altura de la historia, parece pedirles demasiado.
Tengo la impresión de que cuando era chico se veían más a menudo, los perros abotonados en la calle. Y yo me acuerdo que siempre había algún vecino que les echaba un chorro de sifón, y ahí nomás los canes se despegaban. No sé si estaba bien, tal vez las organizaciones que se ocupan de los animales desalienten esa maniobra. Pero la cosa es que se hacía así. Acá, lo que se está viendo, es un grupo muy poderoso que está demasiado abotonado a una vida que no se condice con la vida que tenemos el resto de sus compatriotas. Y está bien que el gobierno esté probando distintos antídotos, pero vayamos teniendo a mano el sifón, porque estos pibes no se van a desprender así nomás.