abril 12, 2022
No nos vamos a achicar
Me entristece esa noción de que mi sexualidad es algo que existe únicamente en relación a cierto nivel de sufrimiento que el mundo me inflige y que yo internalizo y reproduzco. Es parte de la realidad, desde luego, y es cierto que la enorme mayoría de quienes integran una minoría padecen esa violencia, pero, ¿desde cuándo se convirtió en el factor determinante a la hora de definirnos?
Ella decía que las personas bisexuales tienen más privilegios que las homosexuales, porque reciben menos discriminación.

Se desangraba el 2021 y en eso tuve una conversación con una amiga y un amigo. Era viernes a la noche y andábamos en patota con otros cuatro, buscando infructuosamente una heladería donde no tuviéramos que hacer fila. No la encontramos, por supuesto. Digo “tuve una conversación”, pero la realidad es que me inserté en la conversación que ya estaban teniendo ellos dos. Les dije: “¿De qué hablan? Escuché algo y creo que estoy en profundo desacuerdo”.

Ella decía que las personas bisexuales tienen más privilegios que las homosexuales, porque mantienen relaciones heterosexuales y entonces reciben menos discriminación.

Súper lógico, ¿no? Y sin embargo me hizo un ruido tremendo.

Ella es bisexual y hablaba desde su propia experiencia, basándose en la marcada diferencia de trato que había recibido cuando estuvo con mujeres, respecto de cuando estuvo con varones.

Entonces, claro, ¿cómo iba a venir yo a discutirle de algo que vivió en carne propia? Un rato después, zanjó el asunto diciéndome que nadie la haría cambiar de opinión, y que pensar otra cosa era hablar pavadas.

Después de caminar 20 cuadras en vano, volvimos al depto y encargamos un kilo de helado por la app. Seguimos la charla, partieron a sus casas de madrugada, dormí algunas horas, me levanté, preparé un carrot cake para una reunión de laburo, fui a la reunión, volví, y ni bien llegué, le dije a mi novia: “El problema con ese argumento es ponernos a cuantificar privilegios en grupos ya marginados”. ¿Es necesario hacer semejante distinción? No le podía dar un contexto que saliera de la lógica exclusionista, a una frase de ese estilo.

Sí, podría decirse que me había quedado el tema dando vueltas en la cabeza.

Mi amiga me había dicho: “Me parece ridículo discutir ‘la mujer bisexual’ con una lesbiana y que diga que sufre el mismo nivel de discriminación”. Y mi reflexión era: ¿por qué mierda estábamos discutiendo una lesbiana y una bisexual si sufríamos la misma discriminación, o menos, o más?

Ok, cuantificar privilegios no es nada nuevo, y en eso se basa casi todo análisis que coloca a tal o cual grupo como marginado: es una actividad mental y social que realizamos constantemente, intentando entender quiénes tienen menos derechos garantizados y cómo revertir eso.

Pero es engañoso hacerlo en el marco de grupos que son y fueron marginados. Afirmar que una persona bisexual recibe la mitad de la discriminación que una persona homosexual, es como decir que esa persona es apenas un 50% homosexual, y que entonces ese es su porcentaje de pertenencia al colectivo LGTBQ+. Perdón, al colectivo LGBTQ+1/2B.

Incluso tomando el argumento con buena fe, suponiéndolo parte de algún ejercicio teórico motivado por interés académico o de análisis social, encuentro fallas en su retórica. Discutámoslo:

En primer lugar, es un discurso que asume que todas las personas bisexuales se sienten atraídas en partes iguales por mujeres y hombres, o bien que mantienen un 50% de relaciones heterosexuales y un 50% homosexuales. Un paréntesis aquí para aclarar que se trata de un debate totalmente binario, que relega a cualquier entidad que tenga aspiraciones de escaparle al binarismo. Si nos remitimos a la estadística, la mayoría de las personas bisexuales forman relación con el género opuesto: considerando que la heterosexualidad es supremacía a nivel mundial, podremos deducir que solo es una cuestión de probabilidades.

Supongamos, a los fines de este ejercicio teórico, que si promediamos el abanico de variedades de atracción, finalmente obtendríamos el tan mentado 50%. Pero hay un problema adicional: las personas no son una medida porcentual y en esta discusión hipotética estamos tratando a la entidad bisexual como si fuera un monolito.

Otro problema es que estamos tematizando los efectos de la homofobia como si fueran algo externo. Sí, por supuesto que la violencia homofóbica existe, y que una persona abiertamente homosexual corre riesgos cada vez que sale de su casa. Pero, esa no es la única manera en que se manifiesta la homofobia. Veamos: en la tasa de suicidios de la comunidad LGBTQ+ (tristemente alta, sobre todo en la juventud), sobresalen las entidades percibidas bisexuales o pansexuales. En la NISVS de 2010, tenemos que las personas bisexuales son las que sufrieron más violencia sexoafectiva: entre las mujeres, el 44% de las lesbianas sufrió violencia y el 61% de las bisexuales; entre los varones, el 26% de los homosexuales sufrió violencia y el 37% de los bisexuales.

Cuando reducimos los efectos nocivos de la homofobia a la posibilidad de que te griten algo en la calle, o que te ataquen, perdemos de vista el funcionamiento a nivel estructural de este tipo de discriminación. Considerando esta información que les acabo de compartir, me resulta difícil afirmar que las identidades bisexuales padecen la mitad de la discriminación que las identidades homosexuales, y de ninguna manera osaría arrojar el dato a una persona cuyas experiencias de vida desconozco, solo porque se identifique como bisexual.

El primer bache de razonamiento surgió enseguida, durante la conversación original: es que en ese argumento, “los bisexuales sufren menos”, hay una premisa que está sustentada en la idea de la libre elección. Es cierto que una identidad bisexual tiene más opciones a la hora de elegir, porque una relación heterosexual no les implica negación (las personas homosexuales no pueden darse ese lujo). En consecuencia, un hombre o una mujer bisexual podrían aferrarse a relaciones heterosexuales con tal de no tener que atravesar la violencia homofóbica. Listo, problema solucionado. Al menos en apariencia. Porque el conflicto real es precisamente que las personas no puedan elegir libremente de quién sentirse atraídas. Rehuir de los sentimientos por temor a las represalias de la sociedad, ¿no es igual que reprimir la propia sexualidad?

Cuando empecé esta nota, solo había detectado estas fallas que acabo de mencionar. Pero, pasó un tiempito, leí un par de cosas más, miré unos videos y hablé con gente, y entonces resulta que ahora tengo algo más para decir:

Insistir en constituir las identidades minoritarias en base a la discriminación que padecen tiene una deficiencia. Me entristece esa noción de que mi sexualidad es algo que existe únicamente en relación a cierto nivel de sufrimiento que el mundo me inflige y que yo internalizo y reproduzco. Es parte de la realidad, desde luego, y es cierto que la enorme mayoría de quienes integran una minoría padecen esa violencia, pero, ¿desde cuándo se convirtió en el factor determinante a la hora de definirnos? Y ya no hablo únicamente de la sexualidad. Si soy mujer, pero no he sufrido por serlo, ¿entonces no lo soy? Si no me discriminaron por ser lesbiana, ¿entonces ya no pertenezco al colectivo? Habiendo luchado tanto por un futuro libre, ¿por qué cuantificar el sufrimiento como ticket de ingreso para ser miembro de un grupo?

No se puede tomar un argumento que se sostiene sobre principios sociales, separado de su contexto social. Ese es un problema concreto.

Si me hizo ruido aquella vez que se lo escuché decir a mi amiga, y si todavía me sigue haciendo ruido, es porque no se me ocurre para esa frase otro contexto posible que no sea la exclusión de las identidades bisexuales del grupo de los “verdaderos marginados”. Hasta donde sé, en la lucha por los derechos de la comunidad LGBTQ+ no hay bisexuales declamando que tienen mayor prioridad que les homosexuales, identidades trans, queer y demás. En todo caso, la pelea es contra la bifobia, que existe rampante dentro del movimiento.

Midiendo los niveles de la discriminación que tolera cada persona y cada colectivo, no vamos a llegar muy lejos. Sigo sin entender esa necesidad de proponer una oposición entre dos grupos que sufren y que comparten la lucha. 

En otra nota hablaba del movimiento sufragista (uno de los preferidos del nuevo status de corrección política) y de cómo en gran parte basó su lucha en ideales racistas y clasistas. Esas mujeres que peleaban por el voto, ignoraban el reclamo de las mujeres trabajadoras y luego exigían votar en lugar del hombre negro, entendiendo que ellas representaban una alternativa más civilizada. Su propuesta consistió en arrancar el derecho al voto que tenían otras personas y adjudicárselo. No se les pasó por la cabeza que luchar para ampliar la base de derechos conquistados pudo ser una causa verdaderamente trascendente. Diagnósticos errados y miradas mezquinas de la historia, que perjudican a cada uno de los movimientos que luchan por la libertad. 

Si vamos a ir a una marcha por los derechos de la comunidad LGBTQ+, no hace falta poner un tope y distinguir entre quienes están peor y quienes no son de verdad. Y si vamos a hablar de prioridades, ok, pero no pongamos números inventados o tergiversados. Tomemos los datos que no le producen dudas a nadie. Si sabemos que las personas trans siguen teniendo una expectativa de vida de 35 años, ¿qué hacemos comparando homosexualidad y bisexualidad con fichitas de dolor? Volvamos a nivelar para arriba, y olvidémonos de las mezquindades. Si la actitud de engrandecer el movimiento nos trajo hasta acá, ahora no nos podemos volver a achicar.

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